"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Bandidos en Milán (1968) es una propuesta muy singular, fruto de una relación espuria entre el policíaco de la época, a las puertas de la línea dura del poliziesco (el hard boiled del cine criminal italiano) y en plena efervescencia contracultural: el film llegó a las salas italianas en marzo de 1968, dos meses antes del mayo francés, siendo proyectado en la convulsa edición del festival de Cannes de aquel mismo mayo y teniendo a partir del verano una notable aceptación en el mercado estadounidense, donde se estrenó con el título de The Violent Four.
Y efectivamente, cuatro violentos individuos son estos bandidos en Milán, tipos sin escrúpulos que tienen la anfetamínica capacidad de atracar dos o tres bancos consecutivamente, de modo que no solo adquieren doble o triple botín con apenas media hora de diferencia, sino que desconciertan y dividen a las fuerzas policiales que no saben a qué caja bancaría acudir para impedir el atraco.
Gian Maria Volontè, el líder de la banda criminal, contra Toman Milian, aquí el comisario de policía cuando en tantos otros filmes del género fue el villano de la función. Dos posturas antitéticas pero filmadas con la misma agitación por Carlo Lizzani, un cineasta igual de singular que su propuesta, heredero y descodificador del neorrealismo italiano y después cineasta arisco e ingobernable. No solo la agitación permanente de la cámara, sino también una estructura absolutamente inesperada que entremezcla los límites del documental, o del reportaje televisivo sobre crímenes y delincuencia, con la propia ficción. La acción acontece en un Milán filmado en un color gris y sucio, y comienza como una auténtica crónica periodística de la violencia desatada en la ciudad. Un supuesto reportero entrevista a un delincuente de otro tiempo, respetuoso en comparación con los jóvenes atracadores actuales que, según él, están demasiado influenciados por los tebeos. También se entrevista al comisario de policía y se recrean actos del crimen organizado para que el espectador tenga conciencia de ellos; el espectador del supuesto reportaje, que no deja de ser otra cosa que el espectador real de la película.
Aunque es evidente que nos encontramos frente a una falsa recreación, Lizzani utiliza muy bien las técnicas del reportaje televisivo y propone una estructura narrativa moderna, acorde a la época de cambios que vivían el cine europeo y el estadounidenses: cámara a mano, reconstrucciones, planos descentrados y compulsivos, flashback, saltos temporales, anticipación, repetición de secuencias…
La película es el retrato de una mentalidad paroxística a la vez que reaccionaria: el personaje que encarna Volontè tiene un negocio respetable como tapadera de sus atracos, se define como conservador y le pide a la secretaria de su falsa oficina que no lleve minifalda ni que su novio vaya a recogerla al trabajo. En la calma de una vida impostada resulta un tipo repulsivo. Cuando se topa con la policía y los medios de comunicación, es un individuo engreído y chillón, muy adecuado a las capacidades de Volontè en aquellos años. Cuando debe luchar para que no lo detengan, se muestra inflexible: en la violenta y espectacular persecución en coche por las calles de la ciudad –escaramuza en el asfalto que antecede a las de Bullitt, rodada por Peter Yates en San Francisco y estrenada en octubre de 1968, y Contra el imperio de la droga, el french connection neoyorquino de William Friedkin y Gene ‘Popeye’ Hackman realizado en 1971–, el bandido no duda en disparar contra transeúntes y otros coches si con ello frena o entorpece la marcha de los automóviles policiales, dejando en el asfalto un número insoportable de víctimas inocentes.