Memorias de un caracol es una de las joyas de la programación de Perlak. Galardonada como mejor película en el Festival de Annecy, suena fuerte de cara a lograr una nominación al Oscar como mejor largometraje de animación, un escenario que no resulta nuevo para su director, el australiano Adam Elliot, quien ya se hizo con el Oscar al mejor corto animado en 2004 por Harvie Krumpet. En esta ocasión, Elliot nos cuenta la historia de Grace, una joven con una vida des graciada cuya existencia cambia al conocer a Pinky, una anciana vitalista.
Su anterior trabajo, el cortometraje Ernie and Biscuit data de 2015. ¿Por qué ha tardado tanto en volver a dirigir?
¿Ha pasado tanto tiempo ya? La verdad es que Memorias de un caracol ha sido un proyecto laborioso, fueron tres años los que dediqué a escribirlo y a encontrar financiación, más luego el rodaje. Una película de animación con figuras de plastilina como ésta, requiere sus tiempos. Pero lo que más nos ralentizó fue el COVID, en Mel bourne tuvimos uno de los confinamientos más largos de toda Australia.
Sin ser una historia estrictamente autobiográfica, uno intuye que hay bastante de usted en Memorias de un caracol. ¿Es así?
Sí, aunque el personaje de Grace no está directamente inspirado en mí sino que tiene cosas de mi madre y de un amigo mío. Pero la historia sí que está imbuida de mi melancolía, de mis frustraciones y del malestar que me generan determinados escenarios como todo lo que concierne al fundamentalismo religioso y al modo en que marginamos y maltratamos al débil.
¿Usted de joven también sintió la necesidad de buscar un caparazón en el que refugiarse como le ocurre a Grace?
Yo creo que todos nos hemos sentido un caracol en un determinado momento de nuestras vidas, todos hemos tenido esa necesidad de escondernos, de replegarnos sobre nosotros mismos y de aislarnos del mundo. En Grace esa necesidad es más acuciante por toda esa sensación de orfandad que la acompaña.
¿El cine ha sido ese caparazón que le ha permitido mostrarse sin exponerse?
(Risas). En cierto modo sí. El cine es un lienzo maravilloso donde pintas tus emociones. Para mí rodar una película como Memorias de un caracol ha sido una experiencia catártica, casi te diría que me ha servido como autoterapia.
¿Usted también tuvo una Pinky en su vida que le animó a mostrarse tal como es?
Yo he tenido muchas Pinkys en mi vida. Desde siempre me ha gustado rodearme de gente mayor; tienen un bagaje existencial que les hace, por lo general, vivir la vida de una manera más plena. En casi todas mis películas hay personajes jóvenes que se relacionan con ancianos. Los primeros anhelan hacerse adultos, los segundos añoran la juventud perdida. Me parece un contraste muy interesante y me gusta la idea de que aprendan cosas los unos de los otros.
En este sentido, su película a pesar de ser la historia de una frustración, es un film esperanzador.
Completamente, creo que Memorias de un caracol es la película más luminosa de cuantas he rodado. Mis anteriores filmes eran bastante oscuros, pero a mis 52 años y valorando mi experiencia como espectador, creo que cada vez estamos más necesitados de películas que nos reafirmen en la vida. Hay tanta desesperanza a nuestro alrededor que no veo necesario ahondar en ella también en el cine.
¿Diría que actualmente el cine de animación vive una suerte de edad de oro?
Lo que hay es una reconsideración de la animación. Cada vez oigo a más cineastas afirmar que la animación no es un género, y esa frase denota que hemos dejado atrás ciertos prejuicios. Efectivamente, la animación no es un género sino una técnica para desarrollar una historia. Desde ese punto de vista lo importante es contar con un buen guion. Y luego, dentro de la anima ción hay también técnicas distintas. Yo nunca haría, por ejemplo, un film por ordenador.
¿Por qué dice eso?
Porque estamos sobreexpuestos a las pantallas. Ahora con el auge de la Inteligencia Artificial hay un miedo lógico a que el cine de animación pierda ese toque humano que resulta tan determinante y necesario. Yo necesito poner mis dedos sobre la plastilina, igual que hay lectores que necesitan del libro y desechan el e-book o de jóvenes que están volviendo a adquirir música en casete o en vinilo.