Premio Donostia de la edición del año pasado, Javier Bardem no pudo venir a San Sebastián para recogerlo por su compromiso con la huelga del sindicato de actores y actrices en Hollywood que estaba teniendo lugar en aquellas fechas. Se saldó anoche esa cuenta pendiente con el actor español en la propia gala de inauguración de esta 72 edición del Zinemaldia, queriendo así que Bardem reciba el reconocimiento en un aniversario particularmente redondo: 30 años desde que recibió en este mismo Festival la Concha de Plata por su interpretación en Días contados (Imanol Uribe, 1994), un espaldarazo fundamental en su carrera.
Horas antes subirse al escenario del Kursaal para recoger finalmente su Premio Donostia, en rueda de prensa, Bardem se mostró profundamente agradecido, incluso abrumado, por el reconocimiento. “Me emociona que alguien piense que soy merecedor de este premio. Lo digo con toda la humildad del mundo. El hecho de que te premien por una profesión que es una pasión es la guinda de un pastel que me parece demasiado. Sentí lo mismo hace 30 años. No creo merecerlo más que otras muchas personas que no lo han recibido. Pero lo acepto con mucha generosidad, eso sí”, quiso apuntalar.
Fue una rueda de prensa en la que Bardem habló del significado para él de un galardón como éste, pero también se extendió acerca del oficio de intérprete, de la importancia capital que ha tenido para él su madre, y desde luego no dejó tampoco de lado esa actitud de compromiso social y de denuncia de la que siempre ha hecho gala.
El hijo de Pilar
En el escenario del Kursaal fue Juan Carlos Corazza quien le entregó el Premio Donostia a Javier Bardem, algo especialmente emocionante para él. Pero la figura más determinante en su vida sigue siendo su madre, la actriz Pilar Bardem. “Mi mayor condecoración es ser hijo de Pilar”, afirmó Bardem.
“Como decía el filósofo, yo soy yo y mis circunstancias. Y una de las mejores circunstancias que he tenido es haber sido educado en el seno de mi madre, nunca mejor dicho. He reconocido en mi madre muchísimas cosas que hoy, tres años después de su fallecimiento, voy todavía descubriendo lo importante que eran, y su vigencia y prolongación en mí y en mis hijos. Sigo siendo el hijo de Pilar, y espero morir siendo el hijo de Pilar y sólo el hijo de Pilar”.
Para Bardem, esa especial influencia de su madre “tiene que ver con la dignidad, con la ética, con la humildad y con la empatía”, así como con el hecho de que fue de ella de quien ha aprendido que “algunos cambios se pueden producir”. Porque según el actor, ella lo demostraba con hechos, no con palabras: “Hay cosas que no se enseñan desde la didáctica, sino desde la acción, que es lo que nos representa como seres humanos”. Y de ahí surge también su particular y reconocible compromiso social, que afloró también ayer: “No quiero perder de vista el hecho de que pertenezco a una sociedad. Uno va aprendiendo, mirando a los que saben y a los que realmente producen cambios, y va eligiendo a quién mirar, quiénes son esas personas que producen progreso en los derechos humanos, civiles, sociales…”.
Y se extendió: “Soy una persona afortunada y bendecida por la vida. Sé que mi situación es incomparable a otras circunstancias atroces que hay por ahí fuera, pero desde lo que pueda uno en sus circunstancias, que individualmente no es mucho, ejerzo mi derecho legítimo a la crítica como ciudadano. Es responsabilidad nuestra el poder denunciar aquellas situaciones que consideramos inaceptables, porque nos estamos dirigiendo hacia un lugar terrible que a todos nos asusta mucho y necesitamos una voz social que le ponga fin”, dijo focalizando la cuestión en los crímenes contra la humanidad que se están produciendo en Gaza y en la crisis climática: “[El deterioro medioambiental] es irreversible. Estamos en un momento en el que tenemos que ver qué es lo menos malo posible”.
Ante este panorama, el actor no dudó en afirmar: “Este premio lo recibo con mucha alegría, pero me es imposible celebrar nada tal y como está el mundo”.
El ego del actor
En todo caso, no se trata sólo de él, ya que Bardem considera que la profesión de actor o actriz es, generalizadamente, una profesión muy concienciada, lo cual le parece muy hermoso. Pero también una profesión complicada. “Hace falta mucha suerte, resistencia y fe”.
Y también se refirió al ego propio de este oficio: “El actor necesita de un enorme ego, de una necesidad de ser escuchado y visto. Si no, es imposible subirse a un escenario o ponerse delante de una cámara. Ahora bien, el trabajo básico del actor es que ese ego desaparezca una vez que te pones delante de una cámara, y permita que aparezca el actor como instrumento para contar una historia y mostrar un carácter. Que no sea yo quien se está mostrando constantemente. Hay que apartarse para ser vehículo de comunicación”.
Y en este punto, Bardem contrasta lo que ha cambiado desde que recibió la Concha de Plata aquí en Donostia. “Los actores jóvenes lo meten todo en sus papeles. Yo también lo hacía. Ahora no. Identifico donde están los riesgos físicos y emocionales y elijo cómo entrar ahí y, sobre todo, cómo salir. Cuando trabajas desde la imaginación y la creatividad el trabajo es mucho más poderoso y puedes ir más lejos. Si aportas sólo lo tuyo es porque crees que lo tuyo es suficientemente interesante para satisfacer al público. Pero generalmente no lo es. Eso es lo que he cambiado sustancialmente de hace 30 años a ahora”.