En pocas ocasiones los aledaños de la sala de prensa del Kursaal presentan un clima de expectación tan acentuado como el que vivieron ayer, al filo de las dos de la tarde, cuando el equipo de La habitación de al lado (flamante León de Oro en Venecia) hizo su aparición en dicho espacio. Al frente de todos ellos el capitán de la nave, Pedro Almodóvar, el cual concentró todas las miradas, todos los flashes, todas las preguntas. No era para menos. Apenas unas horas más tarde iba a recibir el Premio Donostia, un reconocimiento que, inexorablemente, convirtió su comparecencia de ayer ante los medios en un ejercicio de nostalgia donde el cineasta español más internacional de la historia evocó su primera visita en Donostia, hace 44 años, con ocasión del estreno de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón: “Era una película tan defectuosa que muchos vieron en todos esos defectos unos rasgos de estilo –bromeó el director–. Pero esta ciudad sigue provocándome una emoción muy profunda de distinta naturaleza a la que experimenté entonces. Estas 24 horas que llevo aquí y que han coincidido con mi cumpleaños han sido un tumulto de sensaciones”.
Como no podía ser de otro modo, la comparecencia ante los medios de Pedro Almodóvar se convirtió en un ejercicio de retrospección. No hizo falta que nadie le incitase a echar la vista atrás, el propio director se sintió impelido a hacerlo aprovechando el reconocimiento que conlleva un premio como el Donostia: “Yo tenía una vocación de cineasta tan fuerte que pensaba ‘si no consigo hacer cine voy a ser la persona más desgraciada del universo’. Hoy, 44 años después, tengo una trayectoria de 23 películas y todas me pertenecen. Eso es algo que no pueden decir otros directores. Por suerte, Agustín tuvo la idea de crear El Deseo para ser dueños de lo que hacíamos”. A la hora de valorar su evolución como directo, Almodóvar comentó: “Mis temas han cambiado, eso es evidente. En todo este tiempo he ido evolucionando de un modo natural casi orgánico”. En este sentido, el realizador manchego reconoció que hubo un punto de inflexión en su carrera que él localizó a mitad de los 90: “Tuve que decidir entre seguir entregado a las emociones fuertes o una disciplina de trabajo que, muchas veces, implica crear en soledad”. Fue en ese momento cuando, según Almodóvar, comenzó su etapa de madurez como cineasta.
Sin embargo, lejos de quedar instalada en una línea continuista, la filmografía del manchego es una sucesión de momentos de ruptura: “La naturaleza de toda película es la aventura, iniciar un rodaje es como irse de safari, es imposible prever los peligros que vas a tener que afrontar. Lo que sí es verdad es que alguien tan barroco como yo, con el paso de los años, ha terminado por hacer de la contención un estilo. Desde Julieta creo que mis películas son más depuradas, con menos canciones, menos personajes…” Y así hasta llegar a La habitación de al lado, la película que le valió para unir su nombre al de Luis Buñuel como el único cineasta español que se ha hecho acreedor del León de Oro en Venecia, una película que el propio Almodóvar definió como “la historia de una mujer que agoniza en un mundo que agoniza”. El director insistió en que su última película “habla de empatía. Es un film que invita a abrir los brazos y a ser generoso porque además la generosidad es algo que revierte positivamente en uno mismo”.
Sobre el derecho a morir dignamente, tema sobre el que versa La habitación de al lado, Almodóvar precisó, “del mismo modo que todo individuo es dueño de su vida, debería ser también dueño de su muerte”, un mensaje que vincula su película con Le dernier souffle, el largometraje de Costa-Gavras presentado ayer a concurso: “Creo que esta edición del Festival va a pasar a la historia por incidir muchas veces y de un modo muy sincero en esa idea de empatía unida a la idea de una muerte digna”. El cineasta no se escondió a la hora de posicionarse políticamente al afirmar: “lo peor que le puede ocurrir a una sociedad es que la ultraderecha se encuentre con el liberalismo más salvaje. En este país tenemos una ultraderecha que se define como católica y es incapaz de asumir un concepto tan básico como el de ayudar al prójimo”.