"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Tercera aportación del napolitano Pasquale Squitieri en la lustrosa filmografía sobre la Mafia (realizará más, por cierto), tras Camorra (1972) y Hermanos de sangre (1974), La fuerza del silencio (1977) parte de una premisa harto delicada: justipreciar la figura de Cesare Mori, funcionario policial durante los años del Fascismo, a quien se apodará 'el prefecto de hierro' (título original de la película), debido a su ímproba, taxativa y casi suicida labor contra la Mafia en la 'Sicilia profunda', pero sin que, por extensión, parezca ponderarse una iniciativa del gobierno mussoliniano; o sea, elogiar al Duce.
Al respecto, se adaptaba un libro publicado poco antes, Il prefetto di ferro. “L’uomo di Mussolini che mise in ginocchio la mafia” (1975), y se contrató al propio autor, Arrigo Petacco, para que escribiese el guion, junto con el director y el gran Ugo Pirro. De este modo, Squitieri acentúa el rigor documentalista, fruto de la exhaustiva investigación vertida en el libro, a la par que sofoca la contextualización política, brindando empero un espíritu crítico en primer grado, patente no ya en el retrato antropológico de la Sicilia rural, henchida de ignorancia, miseria y pavores seculares, sino, sobre todo, en la denuncia de los privativos sistemas jerárquicos que articulan la Mafia (de lo más bajo a lo más alto, en términos sociales), así como en su desolador desenlace. Todo esto aparta La fuerza del silencio del entonces exitoso poliziottesco para hermanarla antes bien, en oportuno sincronismo, con ese ramal del cine italiano que cierto bloque de la crítica española denominó, con estupidez proverbial, 'Spaghetti Denuncia', representado, a nivel estelar, por el gran actor milanés Gian Maria Volonté.
El verismo del enfoque participa de esa técnica desmañada, narrativa y estéticamente, típica del cine de los años setenta, en todos los géneros, países y niveles; no debe extrañar pues que su sobriedad básica admita fácilmente opciones estilísticas como los reencuadres con transfocador y la cámara en mano, al buscarse por añadidura, modas aparte, un naturalismo de índole documentalista. Este epíteto reluce, en buena lógica, en el criterio para la dirección de actores. Los preside un Giuliano Gemma antitético de aquella imagen jocosa y distendida con que alcanzase la fama dentro del peplum, primero, y el western, acto seguido, en sintonía con el militar casi psicopático, aunque ambos personajes sean disímiles, que acababa de encarnar en El desierto de los tártaros (1976), la última película del gran Valerio Zurlini; su actuación es elogiable, no obstante le superan la egregia Claudia Cardinale (que estuvo casada durante unos treinta años con Squitieri), formidable en su rol de aldeana analfabeta, y nuestro Francisco Rabal, impactante como un líder mafioso tan descerebrado como aterrador.
El éxito (crítico, comercial, industrial, social) de La fuerza del silencio, que justamente comportó el David di Donatello nacional a la mejor película y el premio al mejor actor para Gemma en el Festival de Karlovy Vary, animó a Squitieri a retomar el tema mafioso al año siguiente, mediante Corleone (1978), con el mismo trío estelar (Gemma, Cardinale, Rabal) y de nuevo banda sonora del genial Ennio Morricone. Pero en este caso la película no despertó mayor repercusión (en España, pese al reclamo taquillero que implicaban entonces esos actores, ni se estrenaría).
Carlos Aguilar