"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Una muestra harto representativa, incluso notable, por cualidad y calidad, del denominado poliziottesco, rama violentista del cine policiaco italiano que reveló unas cotas de popularidad y una vitalidad productiva altísimas durante los años setenta. De hecho, esta película terminó de asentar como divo por excelencia del género a Maurizio Merli, tras los precedentes representados por Enrico Maria Salerno y Franco Nero, a partir de un guion y desde una realización, asimismo, de sendos profesionales habituales del género; respectivamente, los prolíficos Dardano Sachetti y Umberto Lenzi. Por añadidura, el coprotagonismo compete a un actor, magnífico, que se prodigó también en este cine; en concreto, el cubano Tomás Milian, a la sazón, y desde tiempo atrás, afincado en Roma, y convertido en estrella nacional merced al neciamente llamado spaghetti western, ese reajuste mediterráneo del patrón americano del género que no por casualidad (¡ni mucho menos!) esconde la médula del poliziottesco. Al igual que en tantos otros filmes italianos del decenio, una vieja gloria de Hollywood asume una colaboración; en este caso, el gran Arthur Kennedy, quien, nuevo nexo intergenérico, dentro del cine americano había participado sobre todo en westerns y thrillers.
Así, Roma a mano armada (1976) brinda una mixtura conceptual privativa (e irrepetible, al emanar de un período histórico específico en Italia, sus anni di piombo): violencia frenética y explícita; nihilismo ideológico, en su día tachado apresurada y groseramente de reaccionario, o como poco de populista; ambientación y localizaciones de purísima autenticidad gráfica; interpretaciones hiper físicas de personajes de una sola pieza (a propósito, el contraste entre el underplaying de Merli y el overacting de Milian aplica las lecciones que impartiera el genial Sergio Leone en este sentido); ritmo rápido; toques de humor chocarrero, con abundancia de argot “romanesco”. Todo ello en un conjunto tan disperso respecto a trama y personajes (empero asumidamente, cual instant movie con conciencia propia) como eficaz, salpicado de secuencias indelebles (la pelea de Merli en los billares con el manojo de delincuentes juveniles de la alta sociedad que encabeza Stefano Patrizi, un actor estupendo que mereció más, y acababa de trabajar con Visconti, o el villano, de una sordidez alucinante, que borda Ivan Rassimov, otro 'animal cinematográfico' que fue desaprovechado, poco tiempo atrás en amores, fílmicos y reales, con nuestra Sara Montiel).
Película pues 'popular', empero en el noble sentido gramsciano del término, admirable a su manera, que delata aún más de lo que refleja, con lacerante sentido de lo inmediato, Roma a mano armada cosechó tal éxito que propiciaría retomar el personaje de Milian ('el jorobado', para el cual Lenzi se había inspirado en un matarife cheposo que conociera en su juventud, célebre entre los colegas por sus chascarrillos) en una secuela, realizada de nuevo por el propio Lenzi un año después, La banda del Gobbo (1977); en ésta Milian, ahora protagonista absoluto, amén de repetir el rol encarnó al hermano gemelo, Monnezza, protagonista a su vez de otras películas del género: señal, este crossover, de que (casi) todo era posible durante los años dorados del cine italiano de género. Ver en nuestros días Roma a mano armada aporta una experiencia histórico-cinéfila… ¡catártica!
Carlos Aguilar