"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Revólver (1973) es una película sombría, triste; sus imágenes, aparentemente sencillas, nítidas, son capaces de generar sentimientos encontrados y reflexiones gracias a una puesta en escena repleta de sutilezas, a los estudiados movimientos de cámara, a la elección de la escala de planos que configuran los encuadres, y cuyo relato de amor y violencia fluye en un montaje sin estridencias. Su director, Sergio Sollima, fue un activo partigiano antinazi marcado por sus intensas vivencias personales durante la guerra. Más tarde, ya en los setenta, se vería influido por el ambiente sociopolítico de los agitados anni di piombo italiano, y zarandeado por las dinámicas industriales del momento, oscilantes entre el cine de autor y una idea bastante sofisticada del exploitation.
Así, Revólver es un film exigente por cuanto a las relaciones entre los personajes y sus acciones, mucho más que sus palabras, apoyados por la aspereza de la imagen, de la narración visual. Por ello, lo policíaco va mucho más allá del enfrentamiento entre el Bien y el Mal, la ley y su transgresión. La represión y el castigo del delito siempre esconden oscuros intereses políticos y personales; la violencia cambia de sentido, de “moral”, dependiendo de quién, cuándo o cómo se ejerza. En definitiva, una historia fundamentada en la influencia de la sociedad sobre el individuo y la del individuo en la sociedad por medio de un lenguaje falsamente civilizado.
Vito Cipriani (Oliver Reed), vicedirector de una penitenciaría milanesa, es obligado por unos hampones a liberar a un vulgar atracador, Milo Ruiz (Fabio Testi), bajo la amenaza de que, si se niega, matarán a su esposa, a la que han secuestrado. Pero, en realidad, los secuestradores quieren libre a Ruiz para eliminarlo, pues posee información sensible acerca de un importante asesinato político. De Milán a París, la extraña sociedad que forman el hosco pero recto funcionario y el malhechor evadido, confiere al relato la textura de una road movie. Durante su larga fuga, ambos personajes parecen intercambiar sus papeles: Milo desarrolla una conciencia social y ética insospechada mientras que Cipriani traicionará sus convicciones convirtiéndose en instrumento de un poder oculto y tentacular si quiere salvar a su esposa, hasta desembocar en un final inquietante y nada conciliador.
Sollima no olvida nunca el trasfondo político del film, desde el funcionamiento anómalo de la justicia hasta los tejemanejes de las grandes corporaciones petrolíferas, con el Caso Mattei de inspiración. Sin embargo, son los personajes quienes captan toda su atención. Ellos son, en definitiva, quienes capitalizan no únicamente sus obsesiones personales y preocupaciones casi metafísicas, sino también su peculiar visión de lo humano. Cipriani y Ruiz son sanguíneos, víctimas de sus emociones, de sus sentimientos, los cuales les impiden actuar de manera pragmática ante una situación que les supera en todo momento. El gestor de prisiones se mueve empujado por el torrente de amor que profesa a su esposa y el deseo de liberarla; el atracador busca venganza a la vez que dar rienda suelta a la rabia, al dolor, que le ha provocado la muerte de su amigo de fechorías. Son relaciones que Sollima plasma en la pantalla desde la extraña pero exquisita delicadeza de este poliziesco: Cipriani llega a su hogar y empieza a bailar con su esposa, Anna (Agostina Belli), subida sobre sus pies, llevándola dulcemente al dormitorio; Ruiz besa en los labios (de manera ambigua) a su compañero, antes de enterrarlo junto a un canal con su revólver en la mano, a la manera de los antiguos vikingos...