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La anterior presencia de esta cineasta chilena en Perlak se saldó con el Premio del Público que obtuvo por El agente topo. Este año presenta La memoria infinita, un documental protagonizado por la pareja conformada por Augusto Góngora, periodista y opositor al pinochetismo, y por la actriz y ex ministra de cultura Paulina Urrutia, cuando ambos tienen que afrontar los estragos del Alzheimer que comienza a padecer él.
El tema de la memoria ya ocupaba un lugar importante en sus filmes anteriores.
Para alguien que hace documentales, ese tema es una suerte de una materia prima indispensable. No obstante, en esta ocasión adquiere un rol protagonista ya que estamos hablando sobre una persona que se enfrenta a la pérdida de sus recuerdos. Dicho lo cual, creo que hemos hecho un film sobre la memoria, no sobre el olvido.
En la película hay una conexión evidente entre la pérdida de la memoria individual y la pérdida de memoria colectiva respecto a lo que fue el pinochetismo.
Sí, pero ese no fue el punto de la película. Lo que ocurre es que Augusto Góngora consagró buena parte de su vida a mantener viva la memoria de quienes se enfrentaron a la dictadura, fue alguien que corrió muchos riesgos a la hora de lograr ese objetivo. Y puede que sus recuerdos se fueran borrando, pero nunca pudo desprenderse de esas sensaciones que le produjeron la muerte y la desaparición de tantos compañeros. Con lo cual era inevitable terminar hablando de memoria colectiva. Además, este último año, en Chile, coincidiendo con el 50 aniversario del Golpe, hemos vivido una ola de negacionismo histórico que me tiene muy perpleja.
Se trata en todo caso de un fenómeno global, ¿no?
Es cierto que en otros países ese populismo de extrema derecha también está muy activo en sus afanes revisionistas. Es un fenómeno reciente, en todo caso, y como tal cuesta digerirlo. Ante eso lo único que podemos hacer para combatirlo es, justamente, activar la memoria histórica y después analizar sus causas y de dónde viene esa corriente negacionista.
¿Cómo se ganó la confianza de Augusto y Paulina para formar parte de su intimidad en un proceso tan doloroso?
Me costó, sobre todo porque se trata de dos personas muy conscientes de lo que implica estar delante de una cámara. Augusto siempre estuvo más a favor desde el principio, pero con Paulina me costó más. Ella siempre me dice que Augusto me eligió a mi para contar lo que él llamaba su tercera crónica. Él decía que su primera crónica fueron sus años como periodista en medios clandestinos de oposición a la dictadura y que su segunda crónica fue cuando estuvo como responsable de programas culturales de la televisión pública. El caso es que la relación con ambos se fue intensificando en los cinco años que pasamos juntos.
En ese retrato de la memoria de ambos introduce mucho material de archivo.
En La memoria infinita he experimentado con cosas que hasta ahora me negaba a dar cabida en mis películas, como el material de archivo o las grabaciones domésticas. Cuando llegó la pandemia y nos confinaron, le pasé una cámara a Paulina para que siguiera grabando y, claro, me entregó unas imágenes de una calidad horrible (risas). Pero decidí usarlas porque transmitían una autenticidad a la que me resultaba difícil renunciar. Con las imágenes de archivo me ocurrió lo mismo.
En Chile La memoria infinita ha sido un auténtico éxito de público ¿no?
La verdad es que sí. Ha sido la película que más espectadores ha tenido desde hace cinco años. Ahora, tras la pandemia, con la preocupación de muchos exhibidores sobre el futuro de las salas, me hace muy feliz constatar que la gente desea volver a los cines para emocionarse.
Jaime Iglesias Gamboa