Principio y fin, Concha de Oro 1993, compartida con Sara, el film Dariush Mehrjui.
Principio y fin. 1993. 188 minutos, 11.280 segundos. Principio y fin. De Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego. Son marido y mujer, mujer y marido. Amantes. Cineastas. Guionistas. Mexicanos. Ella de Colonia Juárez. Él, de Ciudad de México. Han adaptado a la pantalla a Maupassant, a Flaubert, a García Márquez.
Han adaptado también, sorbiéndoles la médula, más de una crónica roja de más de un espectacular periódico mexicano de sucesos y sucedidos sangrientos. Ella se hizo a principios del siglo XXI con la Concha de Plata al mejor guion por La perdición de los hombres, que también obtuvo la de Oro. La relación de él con el Zinemaldia y otros festivales ha sido siempre fastuosamente atroz. Quizás porque siga pensando, o porque no lo piense del todo, que “el mundo es ancho, amplio y por tanto ajeno. Feroz. El mundo es el enemigo.”
Hace nada, en Venecia se proyectó la versión auténtica (32 rollos de celuloide que han tenido que rastrear por los almacenes de todos los estados aztecas y allende los océanos y los canales), la no acuchillada por la censura de Profundo carmesí, historia de una pareja cómplice en el amor y el crimen, basada en la realidad de un mundo ensangrentado y sin piedad. No, nada que ver con Bonnie. Ni con Clyde. O tal vez sí, pero en pútrido, en guarro, en más genial. Seguro que el relato le habría encantado a la abuela veracruzana de Paz Alicia. Fue ella la primera en contarle cuentos. Ella la que entendería sin lugar a dudas por qué su nieta es tan inquietantemente feliz con ese genio gruñón que conoció a Buñuel y no le tuvo miedo cuando todos se lo tenían. Ese Arturo que reconoce habitar en las periferias de la periferia del cine y del que todos piensan, al oírle decir que ahora Dios (si es que existe) está pasando malos momentos, que el futuro del director de la inolvidable La reina de la noche está en… el pasado de sus películas pasadas.
Principio y fin. Recuperada. 30 años después. Con todos sus personajes, sentenciados desde el principio. Por la fatalidad. Por el destino. Por la misma mismísima mismidad de ellos, de ellas. Por los demás. Por todas y cada una de las historias que se te estremecen en las entrañas mientras ves esta portentosa, afilada, ponzoñosa adaptación de la novela de Naguib Mahfuz. Paz Alicia sabe perfectamente que todas las ciudades grandes ocultan en su vientre calamitoso una bestia que se siente cómoda y feliz en sus entrañas de brea y asco. Por eso El Cairo puede ser Ciudad de México. Al fin y al cabo, allá como acá todas sus criaturas están malditas. No por nada el “Rigoletto” de Verdi surca, sin salvación posible para quienes intentan sobrevivir en ella, la película de Arturo y Paz Alicia. Y si hablamos del Duque de Mantua y de Sparafucile nadie puede ni debe olvidar la sentencia que el Conde de Monterone deja caer sobre el bufón ante su hija ultrajada en palacio, “Y tú, serpiente, tú que te ríes del dolor de un padre, ¡maldito seas!”
Principio y fin. 1993-2023. Todo sigue igual. Restañadas las heridas de la copia. Para que la mugre, la inmundicia, la podredumbre, la humedad, los desconchados, las grietas, la umbría, la fealdad de los cuerpos y las almas, de las calles y los tugurios y la grasa de las máquinas de los barcos resplandezcan en toda su excelencia y excrecencia. Para que la harina de los bollos se mezcle con el esperma y el olor fétido de los billetes manoseados. Para que el tequila sea rasposo y los caballos del tiovivo sigan corriendo desesperadamente hacia ninguna parte, borrachos de girar y girar.
Principio sin principio y fin sin final. Miseria. Incesto. Sexo. Atracción fatal. Sed. De mal. De triunfo. De venganza. De que los sueños se cumplan sin saber que lo que se cumplirá serán las pesadillas.
Principio y fin. Un zapato rojo. Un viejo en una silla de ruedas. Una madre sin redención posible. México tan puro, tan de folletín, tan shakesperiano, que puede ser El Cairo. O hasta el habitáculo donde viven Parásitos. O el sótano de Tacones lejanos. O…
Begoña del Teso