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“Ésta es una película que va del robo a un banco, pero en la que el robo del banco no importa nada”. Esta declaración del director argentino Rodrigo Moreno a propósito de Los delincuentes, da una buena pista de lo que el film, hecho con patente espíritu lúdico, y que juega con el absurdo y los contrastes, va a ofrecer al espectador a lo largo de sus más de tres horas de metraje. “La premisa está clara y la sinopsis no engaña: es una película que nace dentro del género policiaco, con una premisa muy reconocible como es el robo del dinero, pero yo no quería limitarme al robo, he acudido a la digresión y abro la puerta a otras cuestiones”.
Morán es contable en un banco, un trabajo rutinario y alienante del que quiere escapar. Por eso decide robar el propio banco en el que trabaja, e implica a su compañero Román en contra de la voluntad de éste, haciéndole guardar el dinero robado mientras él cumple condena tras entregarse voluntariamente. Esa premisa está desarrollada en la primera parte del film más o menos dentro de los cánones del cine de género policiaco, aunque atravesado de comedia.
Los motivos quedan sobre la mesa pronto y de manera explícita, y son los mismos que caracterizan toda la obra del realizador argentino: la búsqueda de una vida más libre, o la administración de nuestro tiempo de manera que nos resulte satisfactoria. Pero estos motivos tienen además una correlación en términos cinematográficos formales.
La película se hace eco de ese reto de libertad que buscan los personajes. Ahí es donde Moreno juega con el absurdo, partiendo del hecho de que el robo es completamente inverosímil hoy en día, y por momentos parece como si la historia, que transcurre en época contemporánea, estuviera ambientada en una época ya pasada. Lo que Moreno está proponiendo, al fin y al cabo, es un ejercicio de voluntario contagio del espíritu romántico del que hacen gala sus personajes. “La modernidad le ha quitado espíritu romántico al mundo”, afirma.
Por todo eso, la segunda parte de la película ofrece un importante contraste, entrando más en la fabulación y en cierta irrealidad. Ahí es, también en consonancia con la preocupación con el empleo de su tiempo de los personajes, donde más entra el director a experimentar con el tiempo fílmico y el cruce de géneros. El policiaco deja paso a la fábula, a formas simuladas de cámara oculta, e incluso al western.
El juego de anagramas con los nombres de los personajes puede ser otra pista. “Es por un lado una broma, pero por otro lado revela algo que en la película va por debajo. Un anagrama es un juego de piezas que, ordenadas de distinta manera, adquieren un significado distinto. Y eso es aplicable a los dos personajes principales, que van hacia un mismo destino, aunque ordenado de manera diferente”, explica Moreno. “Pero no es algo que provenga de un diseño de laboratorio. Yo a menudo voy introduciendo distintas cosas en una película, luego las voy uniendo y pueden cobrar sentido o no. Trabajo de una manera intuitiva”.
Gonzalo García Chasco