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Con el arranque de Quitter la nuit / Through the Night la canadiense Delphine Girard consigue introducir al espectador en la angustia y el miedo que sufre una mujer atrapada en un coche junto a su agresor sexual. Se trata de la reproducción de su cortometraje nominado al Oscar A Sister (2018), que ha servido de punto de partida para su primer largometraje.
¿Por qué decidió que ese corto merecía convertirse en largometraje?
No tenía previsto hacer un largo a partir del corto, pero los personajes se me habían quedado dentro. Después llegó el #MeToo, y en ese contexto me pareció adecuado ir más allá del thriller inicial y centrarme en lo que viven después y en cómo evolucionan las personas que pasan por una experiencia así, y las limitaciones de la justicia para darles la reparación que necesitan.
Pero no ha elegido el camino fácil. No sólo atiende al punto de vista de la víctima, también incorpora los de otras personas involucradas y del propio agresor. Creo que es una decisión valiente, pero no sé si eso le ha podido provocar alguna crítica.
Sí he comprobado que parte del público tiene la tendencia a ejercer de jueces y que necesitan que la víctima sea impecable y que el agresor sea un monstruo. Pero las cosas no son así. Y precisamente por eso las víctimas no reciben de la justicia la respuesta que necesitan.
La película muestra la revictimización que padece Any, que a pesar de ser la mujer agredida, también es continuamente juzgada.
Eso es lo que quería mostrar. Yo no quiero juzgar cada acto de Any: que si quería irse voluntariamente de la fiesta con el hombre, que si quería tener relaciones, que si luego cambió de opinión, o que si se resistió o no... Ella toma las decisiones de manera compleja y a veces ambigua, igual que todas las personas, pero eso no le hace culpable de nada. Tú has hablado de revictimización, y es algo que las mujeres agredidas o violadas citan mucho. Incluso los psicólogos en algunos casos desaconsejan denunciar por el sufrimiento que provoca. Por eso, y aunque ahora se dice a las mujeres que deben denunciar, lo cierto es que no es nada sencillo porque el sistema judicial no sabe contemplar todas las ambigüedades que hay en el comportamiento de las personas y a las complejidades que todas estas situaciones contienen.
Presta también mucha atención al proceso personal que vive el agresor. No lo dibuja como un depredador sexual ni como un monstruo. ¿Puede que el propio agresor no sintiera que ha cometido una agresión sexual y que efectivamente tarde años en asumir su delito?
Así es. Eso también quería contarlo. He investigado mucho con víctimas, policías, jueces, psicólogos y, aunque ha sido muy difícil, también con agresores. Una de las preguntas que yo me hacía era si esos hombres saben que han hecho algo terrible o es algo más ambiguo. En una agresión sexual existe negación tanto en víctimas como en agresores. Al agresor le resulta insoportable decirse a sí mismo la verdad. Yo me pregunto: ¿Qué hace falta para que se quite la máscara y admita lo que ha hecho?
Any dice que ninguna sentencia le va a dar reparación, lo cual es muy duro, pero creo que aquí es clave el personaje de la mujer policía porque con su sorodidad aporta el contrapunto positivo a la situación.
La justicia no puede dar a la víctima la satisfacción que merece, pero tampoco quería condenar la vida futura de Any. Reivindico la sororidad porque es un espacio que da fortaleza. No significa que le vaya a curar, pero es una tirita muy valiosa.
Gonzalo García Chasco