Si hubiera que buscar un titular instantáneo en las declaraciones de Jordi Évole realizadas ayer en San Sebastián, en rueda de prensa para presentar junto al codirector Màrius Sánchez el film-entrevista No me llame Ternera, destacaría por encima de las demás la siguiente: “Nos decepcionó que Josu Ternera no tuviera una posición más conciliadora”. De hecho, es la que vamos a utilizar aquí. Porque resume bastante bien el sentir de los autores de la película cuando fraguaron su proyecto, prepararon a conciencia la entrevista, lograron que aceptara y toparon con algunas de sus respuestas.
“Nos hubiera gustado hacer menos ruido en un festival que presenta películas de Fernando Trueba, Isabel Coixet, Juan Antonio Bayona”, comentó Évole. “El tema es espinoso, lo cojas por donde lo cojas, ya lo sabíamos, pero los que hicieron el comunicado en contra del film son los que han marcado la agenda. Preferiríamos que se hubiesen dicho las cosas después de ver la película”. Sánchez siguió en la misma línea: “Estamos relativamente acostumbrados a conceptos como el de blanquear, en el que no nos sentimos cómodos. Pero no esperábamos la carta, no estábamos preparados ante un ruido semejante”.
El proyecto de realizar una entrevista filmada a Josu Urrutikoetxea, uno de los líderes destacados de la organización terrorista ETA, se remonta a 2020. La entrevista se terminó en mayo de 2022 y un año después se realizó la entrevista a Francisco Ruiz Sánchez, ex policía tiroteado en el atentado al alcalde y diputado foral de Vizcaya en 1976. Sánchez apunta que “nos parecía de justicia que Francisco supiera que en el film se habla de un atentado en el que él fue víctima. Era lógico que participara”.
“La entrevista se gestó picando mucha piedra”, recuerda Sánchez. “Contactamos con gente del entorno de Urrutikoetxea. Inicialmente se negó, el proceso duró cerca de año y medio y al final aceptó ser entrevistado. Es muy difícil detectar la sinceridad o la no sinceridad de un entrevistado”, prosigue el codirector, “aunque no puso ninguna condición. Si la hubiera puesto, no habríamos hecho la entrevista. Desde el primer día fue consciente de lo separados que él y nosotros estábamos en el plano ideológico”.
Preguntado sobre cuál es su opinión personal sobre Urrutikoetxea, Évole no puede responder ante la persona, pero si sobre el personaje público: “No lo conozco más que del tiempo que duró el rodaje. Es un militante que pone la organización por encima de cualquier otra consideración. Nos habría gustado de su parte un lenguaje más conciliador. Habla para los presos, la militancia, más para adentro que para fuera. No quiso hacer una enmienda a la totalidad”. Condena el atentado contra Miguel Ángel Blanco, pero ninguno más.
Para Évole hay un momento muy revelador en la conversación, cuando relata lo que ocurrió con Yoyes: “Pensé que podría haber en este caso un cierto arrepentimiento. No fue así. La muerte de Yoyes fue una decisión de la organización. Después de escuchar esa respuesta empecé a tener claro que no habría un cambio en su posición”.
Évole y Sánchez se sienten satisfechos de su trabajo: el interés periodístico de una entrevista con un líder de una organización terrorista es indiscutible. “Hace 12 años que se anunció el fin de la violencia y es una anomalía que hoy haya gente joven que no sepa quien fue Miguel Ángel Blanco”, reflexiona Évole sobre la urgencia de obras de estas características. “Nuestra intención era arrojar luz. Es la primera vez que un terrorista es entrevistado para una plataforma mundial”. Netflix entró en el proyecto tiempo después. Los realizadores terminaron el producto y querían darlo cerrado al operador que quisiera emitirlo.
Entrevistador y entrevistado, cara a cara, un mismo espacio, iluminados a veces en sombras, aposentados en las palabras. Una expresión sencilla de una película complicada. Prepararon rigurosamente la entrevista y han tardado un año en hacer la edición. No esperaban una petición de censura preventiva. “Lo más fácil era no hacerla, pero nos parecía un deber periodístico”, concluye Évole.
Quim Casas