"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Si existe un director al que le sienta como un guante el adjetivo “inclasificable”, ese es, sin duda, Wim Wenders. El cineasta de Düsseldorf que en los años 70 se erigió en uno de los puntales del llamado “nuevo cine alemán”, con el paso de los años ha ido desarrollando una carrera de vocación cosmopolita que le ha llevado a trabajar en distintos países con repartos plurinacionales en historias de alcance universal. El último jalón en ese camino ha llevado a Wenders hasta Tokio donde ha rodado Perfect Days, la película que podrá verse hoy y mañana en Perlak tras su paso por el Festival de Cannes, donde su protagonista, Koji Yakusho, se hizo con el premio al mejor actor.
Pese a estar firmada por un cineasta europeo, la película rezuma una impronta tan japonesa que la Academia de Cine de aquel país la ha seleccionado para que sea su representante en los Oscar. El minimalismo expresivo que maneja Wenders en esta ocasión casi se diría inspirado por los haiku, esos poemas japoneses de extensión breve pero de gran complejidad emocional que obligan a quienes los elaboran a significar mucho diciendo lo justo. Imbuido de dicho espíritu, el director alemán retrata en la presente película el día a día del señor Hirayama, un cincuentón que trabaja limpiando aseos públicos en Tokio. La minuciosidad y la entrega con la que este hombre acomete una labor, sobre el papel, tan ingrata, tiene reflejo en sus rutinas diarias, rutinas que reflejan un ritmo de vida de otra época que contrasta con la agitación y la incertidumbre que palpita la gran urbe, poblada de personajes cuya incomprensión hacia la introversión y el mutismo de Hirayama terminan por dignificar y dotar de sentido al personaje. Las rutinas de éste se van repitiendo ante nuestros ojos hasta conferir una compleja humanidad al personaje, cuya singularidad se nutre justamente de su carácter, aparentemente anodino e inactivo. Su pasión por los casetes y por el pop rock americano de los años 60 y 70, por la lectura y por los árboles y las plantas, le llevan a alejarse voluntariamente de una realidad social que lo supera y en la que no termina de encajar. Únicamente la visita inesperada de su sobrina adolescente vendrá a romper con esa rutina y a confrontarle con un pasado familiar, que intuimos complicado, pero que nunca se nos terminará por desvelar.
A través de la dignidad que rezuma el protagonista de su película, Wim Wenders pergeña una obra extraña, de carácter elegiaco (que no nostálgico), una reivindicación de las cosas sencillas, inocuas, de esos pequeños placeres que nos hacen felices y que convierten nuestros días en algo parecido a la perfección.
J.I.G.