Hace mucho tiempo, mucho antes de "El Madrileño", que C. Tangana –Antón Álvarez en el carnet y Pucho de mote cariñoso– hace canciones ganadoras. Ya las hacía con cara de pipiolo y con el alias de Crema, también junto a sus colegas de Agorazein (con el fundacional Kind of red), colectivo madrileño de rap imprescindible para entender dónde estamos hoy. “Mi rap no va a salvarte la vida, vino a salvar la mía”, escupía hace quince años el entonces Crema en “Juntar una vida”, primer track de lo que sería su ópera prima, el álbum llamado, precisamente, "Agorazein". Las canciones ganadoras se hicieron grandes. Desde un colegio concertado de curas de Carabanchel, desde las tablas que dispensa el freestyle en las plazas, desde los empleos precarios, desde la facultad de Filosofía. Desde ahí se edificó el C. Tangana monumental que conocemos. Porque después de grandes, las canciones se hicieron gigantes.
Pero la grandeza es algo que se puede medir –oyentes, métricas, listas… termómetros de la industria de la música que acabaría sometiendo– y C. Tangana ha perseguido algo más complicado: que fueran importantes. Un anhelo que parece que ha ido a más, entendiendo y asumiendo que un artista habla mucho más por su obra que por su figura. Dejar de alimentar el ego y engrosar la trayectoria de uno. De hacerse él grande a hacer grande lo suyo. Así se ve en uno de sus últimos trabajos, el himno del centenario del Celta de Vigo (“Olivera dos cen años”), impulsado por las raíces gallegas de Antón, pues su padre es un vigués emigrado a Madrid. Canciones que perduran alentadas por la motivación de trascender, influir en la cultura, de Pucho. No hay tiempo de hacer canciones cualesquiera, aun menos para un artista que destaca como, precisamente, imponente creador de canciones por encima de intérprete. Con rintintín, la gira del disco que le ha encumbrado definitivamente, ese preciso y moderno viaje por la música popular patria y latina titulado "El Madrileño", se llamó “Sin cantar ni afinar”. Ahí uno puede ver la ironía, pero también las ganas de reivindicarse con un espectáculo incontestable tras sentirse a menudo subestimado. Y es que C. Tangana es un rapero, un hombre que se ha pasado más de media vida cantando sobre la ambición, y dirigiéndose hacia aquello que se proponía lograr sin ocultar su autoestima con pose chulesca y esa imagen de macho conquistador propia de los códigos del hip hop que ha explotado.
Una vez un suplemento cultural le colocó a él y a varios artistas de su generación bajo este titular: “Trap, el rap de los ninis”. Pucho contestó a eso en un texto en el que terminaba dirigiéndose a sus colegas: “Mirad a vuestro alrededor y daros cuenta de que hay posibilidades reales de convertirnos en algo influyente”. Era 2017, poco después de que Pucho publicara "Mala mujer" –primer gran pelotazo de resonancias latinas y primera canción tras su fichaje por Sony–, lo de influir era un objetivo que no ocultaba. Hubo un tiempo incluso en el que se proyectó en él la visión de un líder más allá de lo musical: con el tiempo ha primado lo artístico y controlado su discurso fuera.
Ahí, convertido en uno de los cabecillas de su rompedora generación, ya había hecho algunas canciones de esas que son para siempre: “100k pasos”, “Bolsas”… y uno de los temas más importantes de la última década, “Antes de morirme”. En esta última le acompañaba Rosalía y el que ha sido su mano derecha en su camino, el productor Alizzz. De Pucho dicen que uno de sus grandes talentos es la intuición y saber sumar virtudes. Su carrera lo bendice con los nombres con los que se ha ido cruzando. Y el momento en el que lo ha hecho.
A C. Tangana también le ha acompañado siempre el mantra de ser un artista con dominio de los tiempos, de las herramientas marketinianas y de cargar bien los discursos para vender sus trabajos. Y, seguramente, ha sido así. Sus pasos han sido calculados con precisión. Publicó los álbumes "Ídolo" y "Avida Dollars" en una etapa en la que el dinero y el ansia por multiplicarlo parecía su motor creativo, algo que avivó las críticas por ser alguien venido desde el rap underground. “Hacer dinero es un arte”, pregonaba en el tema “Baile de la lluvia”. Seguro que el plan de Crema no era ser El Madrileño, pero sí lo ha sido siempre trascender, aunque cueste dinero. Porque perder dinero también es un arte, como prueba el majestuoso tour “Sin cantar ni afinar” y su documental, Esta ambición desmedida.
Ignasi Fortuny