"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
En el Cine Príncipe, una de las arterias del Festival de San Sebastián, la experiencia va más allá de la simple proyección de películas.
Para llegar a la misteriosa cabina del proyeccionista, debemos adentrarnos en pasillos retorcidos y escaleras intrigantes que te guían por un sendero caprichoso. Los techos oscilan, invitándote a adaptarte, como si cruzaras un umbral hacia un universo paralelo. Un laberinto donde la realidad se dobla y retuerce, como si el propio Verner los hubiera trazado con tinta invisible.
La intriga crece en el momento en que te das cuenta de que la conectividad moderna ha desaparecido. ¿Es acaso el Cine Príncipe una máquina del tiempo?
Los celulares, tan arraigados en nuestra vida cotidiana, resultan inútiles en el corazón del Príncipe; han sido sustituidos por walkie-talkies, que añaden un toque retrofuturista a la experiencia.
La vida moderna ha quedado afuera, en el umbral, y no queda más remedio que asumir este trayecto inexplicablemente largo como un viaje fantástico a un pasado glorioso. Es como estar en una nave interdimensional, donde las leyes del tiempo y el espacio se difuminan, y el cine se convierte en la llave para desvelar los misterios del universo.
En este escenario fascinante, aguarda La mujer de la arena de Hiroshi Teshigahara, lista en su formato original de 35 mm, montada en el proyector y ansiosa por desplegar su visión en la gran pantalla.
Esta película, en términos de peso material, supera los 40 kilos y se erige como un símbolo poderoso de la evolución del cine a lo largo de la historia. La presencia física de este film nos transporta a una época en la que el cine tenía un peso palpable, tanto literal como simbólico. Las películas se manifestaban como carretes de celuloide que exigían de un esfuerzo físico para ser transportadas y proyectadas.
Resulta curioso observar que, en la era digital contemporánea, el peso físico de las películas ha quedado atrás, pero su palabra todavía se mantiene en uso para hablar de gigabytes, una paradoja que invita a reflexionar sobre la naturaleza de la realidad y la relación entre lo material y lo inmaterial en nuestra sociedad moderna.
La mitad de estas películas de la retrospectiva del director japonés Teshigahara se proyectan en su formato original de 35 mm. Pablo Marín, uno de los veinte proyeccionistas del festival, afirma que esta elección acerca al espectador a la experiencia original del director, tal como su creador la concibió, sumergiéndonos aún más en el intrigante mundo de Teshigahara.
Estas películas de celuloide, semejantes a efímeras criaturas, poseen un tiempo limitado, destinado inexorablemente a su desaparición. Por esta razón, en la actualidad, se torna imperativo el cometido de preservar este acervo fílmico, rescatándolo de la penumbra del olvido, con el fin de forjar un puente inmutable que enlace presente, pasado y futuro. Este propósito, en su esencia, no es solamente un acto de envergadura política y ética, sino un ejercicio de conservación histórica que va más allá de la mera salvaguardia del celuloide; es, en sí mismo, una oportunidad para reexaminar las narrativas hegemónicas que dan forma a nuestra percepción y para reflexionar sobre la naturaleza misma de la sociedad en la que estamos inmersos.
Alguien toca la puerta. Una voz confirma a Pablo, el proyeccionista, que las puertas se han cerrado y el público está listo. Las luces se apagan y, en la penumbra, La mujer de la arena emerge, personificada por la magistral Kyōko Kishida, atrapada en un eterno retorno.
En ese instante, solo una certeza me asalta:
¡Definitivamente El Príncipe es una máquina del tiempo!
Lucía Malandro