"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Cuando escribo estas líneas aún no he podido ver El crítico, el documental realizado por Juan Zabala y Javier Morales Pérez y centrado en la figura de Carlos Boyero. No sé si el título es el más adecuado teniendo en cuenta que el propio Boyero se muestra reticente a autocalificarse de crítico. Por supuesto esa reticencia tiene algo de boutade, entre otras cosas porque si hiciésemos una encuesta entre los espectadores españoles él sería sin duda el más conocido, y seguramente influyente, de cuantos escriben de cine en este país.
Lo cierto es que Boyero escapa a la idea que los cinéfilos tienen habitualmente de lo que es un crítico de cine, porque sus textos son de una rotunda subjetividad. Con su empleo habitual de la primera persona, siempre ha dejado clara esa subjetividad. Tras décadas de críticas y crónicas, su obra se puede ver como una declaración de principios que rechaza cerradas teorías y dogmatismos de cualquier sesgo. En alguna medida, con los años ha ido rechazando todo tipo de modas (la palabra moderno en su boca es empleada casi como una descalificación) y reafirmando con sus escritos una forma de ver no solo el cine, sino, quizá, sobre todo, la vida, el mundo que le rodea y que le asfixia cada vez más. En los últimos años ha abandonado las crónicas de los grandes festivales europeos a los que acudía puntualmente. El último, el de San Sebastián, donde este año regresa como protagonista del documental que se presenta estos días.
Dejó sus crónicas en “La Guía del Ocio” sobre la noche madrileña para ocuparse de las críticas de cine en esa misma revista cuando su amigo Fernando Trueba las dejó para iniciar el rodaje de su primer largometraje, Ópera prima (1980), pero nunca abandonó esa mirada personal no solo sobre las películas de las que habla, sino también sobre la realidad en que se inscriben. Quizás, en el fondo, no eran tanto una crónica sobre la sociedad en la que se insertaban, como una crónica de su propio paso personal por ella. Su fascinación por los antihéroes, por los perdedores, quizás viene ya de la gran cantidad de personajes sobre los que escribió en aquellas primeras crónicas. Esto queda claro cuando afirma que sus dos películas preferidas son El buscavidas (Robert Rossen, 1961) y El apartamento (Billy Wilder, 1960), protagonizadas por dos perdedores excelsos como Eddie Felson (Paul Newman) y C.C. Baxter (Jack Lemmon), respectivamente.
Boyero busca siempre la provocación como forma de agitar las aguas tranquilas de la corrección y lo hace sin bridas, lo que evidentemente le ha costado numerosas descalificaciones, aunque muchas más adhesiones. Dice oler la impostura al primer vistazo y detesta el lenguaje domesticado. No vivimos uno de los mejores momentos para la libertad de expresión, pero él se niega a lo que sentiría como una traición a sí mismo. Podrán gustar o no sus opiniones, pero forman parte de lo que él considera integridad. Nadie que lo conozca mínimamente podrá negar que entre lo que escribe y lo que piensa no hay fisuras. Hoy el lenguaje en la prensa en general es conservador y cada vez hay menos voces que no miren las consecuencias de esta o aquella expresión. A esta sensación de estar fuera del mundo contribuye su negativa radical a los medios tecnológicos, desde los ordenadores hasta los teléfonos inteligentes. El suyo es un mundo que se derrumba. Lo sabe, aunque le subleva.
Lector voraz, capaz de citar de memoria párrafos enteros de sus novelas imprescindibles, es seguramente el crítico que mejor escribe de este país. Sus excesos verbales, que muchos le censuran, han pasado a formar parte de su estilo. En ese aspecto puede llegar a ser hasta un tanto macarra, algo que muchos incluso le agradecemos.
Jesús Angulo