"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Se titula, sí, Crimes of the Future y si la dama propietaria de aquel piso donde David Cronenberg, su esposa Margaret y su hija pequeña, Cassandra, vivían en Fulford, Canadá, estuviera aún viva, puede que volviera a ponerle de patitas en la calle. Como hizo en 1975 cuando se estrenó Vinieron de dentro de… (Shivers) y, pobre, oyó a críticos afirmando que era la película “más perversa, desagradable y repugnante” que habían visto en su vida, y supo que el Parlamento canadiense había discutido si quizás el programa gubernamental de subvenciones a la cinematografía nacional no había confiado y admitido en exceso la cuestión de la libertad creativa y si no sería el momento correcto para replantearse las condiciones a exigir a quienes pidieran ser apoyados por el Gobierno, visto que se había escrito “Usted va a pagar por ver Shrivers, así que ha de saber cuán mala es”.
La arrendadora de quien luego filmaría El almuerzo desnudo, Promesas del Este, Crash o Cosmopolitan estaba más que convencida de que aquel artista, esposo y padre de familia de 33 años era un sádico y pornógrafo. Les echó. Y, seguro, volvería a hacerlo. Ahora. En 2022.
En 1975 Cronenberg encontró refugio en un edificio cercano. Pero recibió la visita de un policía comisionado para buscar por los rincones ‘material sensible’. David le dejó hacer. No solo no iba a encontrar nada. Es que “ni siquiera sabía qué o dónde buscar”.
La arrendadora del piso del que luego sería el creador de Dead Ringers o Spider volvería a desahuciarle. Y el policía a no saber dónde y qué buscar.
¿En Atenas, donde, sí, se rodó Crimes of the Future y de cuya mitología excelsa surge el recuerdo, el trallazo de la Medea que mata a sus hijos, uno de los primeros e (in) tangibles referentes para este film estrenado en Cannes, amado en Canadá y festejado en este SSIFF 70?
Buscar, ¿dónde? ¿En la habitación en la que una mañana Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto? “Estaba echado de
espaldas sobre un duro caparazón (…) vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades (…). Numerosas patas se agitaban sin concierto (…)”.
Buscar... Pero dónde, se preguntaría el policía. ¿A dónde conduce, por ejemplo, la pista de que haya otra película, de 1970, con el mismo título, pirateada en las redes, con subtítulos fantasiosamente autogenerados por un algoritmo encerrado en un instituto dermatológico llamado House of Skin?
Y si Crimes of the Future significa eso, delitos del mañana, ¿por qué sucede en un mundo más próximo al Edimburgo rezumante de hollín de los ladrones de cadáveres de Stevenson, al Londres tumefacto de Mr. Hyde y Míster Jack The Ripper? Y si, se preguntará el detective abrumado, hay tanto ordenador, tanta conectividad, tanto instrumento quirúrgico de altísima precisión, ¿por qué resulta que Viggo Mortensen, encapuchado y cubierto con algo parecido a un hábito de mendicante, se diría un monje escapado de un cuento gótico?
Azuzado por la propietaria de la casa de enfrente, el detective se detendría en una frase del guion de esta otra película infame, esa que dice La cirugía es el nuevo sexo. Sin saber que, oh cielos, según el filósofo Emanuele Coccia, la humanidad “es una invención que algunos primates supieron extraer de su propio cuerpo”.
Pero no encontraría nada. Porque no ha interrogado a Julia Ducournau. Ni a Leos Carax. Porque no sabe que Carnestolendas significa “quitar la carne”.
Begoña del Teso