"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Los ceniceros con frecuencia están llenos en las películas de Sautet, y a veces sale humo de esa hoguera de colillas mal apagadas, porque sus personajes fuman mucho, continuamente y en todas partes. Hoy sorprenderá, a los espectadores ya nacidos en tiempos de fundamentalismo antitabaco y prohibiciones estrictas, el caudal de volutas de humo que asfixia con su niebla inclemente los interiores de bares y restaurantes o domicilios privados sautetianos. Es una de las virtudes de su cine: la escrupulosidad con que registra verosímilmente los espacios filmados en presente y que el paso de las décadas convierte en inapreciable documento de época. Este exceso nicotínico viene sistemáticamente acompañado de otro hoy todavía no tan sancionado: el etílico. Mucho y generalmente muy selecto vino, whisky, anís y licores varios desfilan en dos de cada tres secuencias de sus películas, por supuesto denotando: el alcohol, como el tabaco, es síntoma de los estados de ánimo y los sentimientos, perpetuamente alterados, de sus personajes, que también consumen mucho café y té; la cafetera y la cocina están siempre presentes y las tazas o tazones se beben al llegar a casa, al despertarse, al recibir a un amigo...
En Una vida de mujer (1978) abundan estas constantes. Ya al principio, después de la breve escena inicial en que la protagonista, Marie (Romy Schneider), ha ido a la consulta de la doctora con la intención de abortar y que sintéticamente nos dibuja su perfil (tiene 39 años, está divorciada, con un hijo de 16 y mantiene relaciones con un hombre de 42), Marie coincide con su amante Serge (Claude Brasseur) en un bar donde todo es trajín y agitación entre la barra y las mesas, y allí ella le deja leer a él la carta donde expresa su firme, innegociable deseo de romper la relación, noticia que Serge, ya visiblemente borracho, recibe con nerviosismo y mal genio (es un tipo violento: noches después apalizará a Marie en plena calle). Más tarde, Marie cita a su exmarido, Georges (Bruno Cremer), en un restaurante para pedirle que ayude a un amigo de ambos que ha intentado suicidarse (motivo: l’argent, un tema tan presente en Sautet como las fluctuaciones del corazón); es una cena cordial, maravillosamente dialogada, muy natural. Unas escenas después, Marie y Georges, ya con atisbos de amor renacido, pasan juntos la noche y, al amanecer, él bate unos huevos en la cocina, hace un par de tortillas y le sirve una a Marie tan amorosamente como Clark Gable servía el desayuno a Claudette Colbert en un momento imborrable de Sucedió una noche.
Todas estas escenas dan fe de un cine invariablemente civilizado, respetuoso con cada personaje, aun el más despreciable (Serge en este caso); un cine pautado sobre el ritmo de la vida cotidiana burguesa, contemplada con democrática ecuanimidad. Hay muchos personajes en Una vida de mujer, observados todos con penetración psicológica, pero es obvio que el eje central es Marie, una mujer decidida que sabe tomar las riendas de su destino con admirable aplomo sin dejar de prestar atención al prójimo y sembrar cariño a los amigos en los momentos difíciles: así su abrazo a la desconsolada Gabrielle, una escena de elevadísima emotividad. Fue el quinto y último papel interpretado por Schneider bajo la dirección de Sautet, bendecido con el premio César. Memorable la imagen final de Romy tomando el sol y cerrando los ojos. Los cerraría definitivamente cuatro años después, una muerte nunca del todo aclarada.
Jordi Batlle Caminal