A comienzos de los años noventa, le ofrecieron a Juliette Binoche un papel en Parque Jurásico, pero ella tuvo que declinar la oferta: tenía otro compromiso, con Krzysztof Kieślowski, en un proyecto llamado Azul, primer título de una trilogía sobre los ideales de la Revolución Francesa. No sé si la carrera de Binoche habría sido muy distinta de haber cambiado los colores de la bandera gala por los dinosaurios de Spielberg, pero seguramente su cualidad de icono de una cierta cinefilia de finales del siglo XX no habría sido la misma. En los noventa y primeros dos mil, la película de Kieślowski fue todo un estandarte de la cinefilia. Yo, al menos, recuerdo tener los tres carteles de Azul, Blanco y Rojo colgados en la pared. Ahí estaba el rostro de Binoche, de una belleza precisa, incuestionable. Azul define muy bien la capacidad de la actriz parisina de encerrar el dolor en el gesto más sutil, pálido como su tez y quizá por ello todavía más hiriente. Sus personajes se mueven en la fina línea entre la fragilidad y la entereza. Como su presencia, entre la delicadeza de su rostro y la firmeza de sus manos.
Azul supuso también la constatación de Binoche como una actriz que, pese a trabajar a menudo con cineastas de procedencias dispares, siempre fue tan francesa como los tres colores de la bandera. De hecho, el polaco Kieślowski la convirtió en símbolo de una película sobre lo francés. A partir de aquí, da la impresión de que, al contar con ella, cineastas como Hirokazu Kore-eda, Hou Hsiaohsien o Abbas Kiarostami trazaban un vínculo con aquella modernidad Vigencia de un icono tan afrancesada.
La presencia de Isabelle Huppert disparó el sentido juguetón del cine del coreano Hong Sang-soo en En otro país. Tilda Swinton encajó como un guante de seda en el universo absurdo de Bong Joon-ho. Binoche
afirmó haber encontrado una libertad creativa única cuando trabajó con el taiwanés Hou Hsiao-hsien. Las tres son seguramente algunas de las actrices más importantes del cine contemporáneo; las tres han formado parte de la obra de cineastas asiáticos estandartes de la nueva cinefilia.
Quizá porque lleva tanto tiempo entre nosotros (cuando hizo Mala sangre apenas tenía veinte dos años, y es la más joven de las actrices citadas más arriba), Binoche parece a menudo una actriz de otro momento. Swinton, por ejemplo, encarna perfectamente los tiempos actuales, los de una sexualidad fluida; parece una actriz que atraviesa el género, pero es también una intérprete que atraviesa las nacionalidades: es de todas partes. En cambio, al incluir a Binoche en sus películas, Kiarostami, Kore-eda, Hou o Haneke están incorporando algo de Francia.
En 2014, dos décadas después de no formar parte de Parque Jurásico, Binoche rodó su primer blockbuster. Godzilla era otra aventura transnacio- nal, en la que la actriz francesa convivía con imaginarios estadounidenses y japoneses. Aquel mismo año, en Viaje a Sils Maria, Binoche componía el personaje de Maria Enders, una actriz en la madurez, abocada a los conflictos de la edad. Ella no solo se mostraba generosa a la hora de exponer en la pantalla los procesos creativos (y por tanto íntimos) del trabajo de la actriz, sino que se prestaba al juego de Olivier Assayas, tan propenso a aderezar los personajes de la ficción con elementos de la vida real de sus actores.
En aquella película, junto a Binoche estaba Kristen Stewart, una estrella que encarna como pocas lo contemporáneo, pues como Swinton personifica esa fluidez tan de nuestro tiempo. Binoche ha trabajado con Stewart y con Scarlett Johansson, dos actrices que encarnan nuestra época. Pero da igual la edad. Binoche se rebela y se revela constantemente como una actriz sumamente vigente, tremendamente física pese a la siempre aparente delicadeza de sus facciones. Aquel icono del cine de autor de los noventa lo sigue siendo ahora, atravesando una nueva cinefilia mutante.
Violeta Kovacsics