Siendo, como es, un actor cada vez más solicitado, Louis Garrel no solo no descuida su carrera como director, sino que ésta avanza a un ritmo frenético. Tras presentar el año pasado en Perlak Un pequeño plan... como salvar el planeta (que a la postre le valió el Premio Lurra), vuelve a repetir presencia en la misma sección con L’innocent, una comedia criminal en torno al duelo y a las relaciones familiares co-protagonizada por Noémi Merlant, que acompañó al director en Donostia.
En todas sus películas se sirve del humor para retratar emociones y sentimientos a flor de piel. ¿Por qué esta apuesta?
Louis Garrel: Si quieres hacer una radiografía exacta de cualquier realidad, el registro que mejor funciona es el de la tragicomedia. Te permite abarcar todos los matices porque no existe drama sin humor, y viceversa. Además, el público se implica mejor en el relato si se lo cuentas desde el humor. Y aparte de todo esto, yo creo que el tono de una película como L’innocent refleja mi manera de ser.
¿Cómo se consigue ese equilibrio? ¿Quizá la clave es tomarse el humor como algo muy serio?
Noémí Merlant: Sí, y no. Quiero decir que interpretar desde el exceso no tiene porqué restar verdad a tu trabajo. De hecho, con esta película aprendí a gozar y a dejarme llevar. Interpretando a Clémence me he atrevido a ir mucho más lejos de lo que acostumbro. Pero trabajar en ese registro tan histriónico no ha hecho que mi personaje pierda un ápice de autenticidad.
L.G. Yo creo que los franceses tenemos mucho miedo en incurrir en esos excesos porque, en el fondo, somos más inhibidos, pero a los actores italianos, por ejemplo, no les genera ningún problema. Yo, particularmente, no le tengo ningún miedo al exceso. Mis personajes son grotescos, pero están cargados de humanidad.
Para usted, Noémi, debe de haberse tratado de una experiencia liberadora teniendo en cuenta el tipo de papeles que venía interpretando últimamente.
N.M. Sí, totalmente. Cuando Louis me mandó el guion no dudé en decirle que sí. Primero porque me apetecía mucho la idea de trabajar entre amigos, pero, sobre todo, porque en mis últimas películas he asumido personajes tan intensos que necesitaba un papel como éste donde no he sentido la necesidad de tener que endosarme una máscara.
Ese tono tragicómico que tiene la película, ¿es una de las enseñanzas que le dejó Jean Claude-Carrière? L’innocent es la primera película que escribe sin su concurso
L.G. La principal enseñanza que me dejó escribir con Carrière fue trabajar la capacidad de sorpresa del espectador. A él le obsesionaba que éste no fuera capaz de anticipar la secuencia que iba a suceder a aquella que acababa de ver. A Jean-Claude le aburría escribir historias de amor, decía que había que reinventarse y que era muy importante saber diferenciar entre aquello que funciona sobre el papel y aquello que puede, o no, funcionar en la gran pantalla.
Tanto en esta película como en su anterior trabajo, los personajes femeninos son mucho más resolutivos que los masculinos.
L.G. Es algo que forma parte de mí, de mi educación. Mi madre es una mujer muy fuerte, su personalidad siempre me ha influido y sí, creo que las mujeres, en general, son mucho más fuertes que nosotros. Eso, por un lado, pero es que, además, jugar con esa inversión de roles me parece muy divertido. De hecho, ha habido críticos que han comparado el personaje de Noémi en mi película con las heroínas de la screwball comedy.
En L’innocent usted interpreta a un hombre acomplejado ante su madre y en su anterior film su personaje lo estaba ante su hijo. ¿Hay una lectura generacional ahí?
L.G. Supongo que me siento parte de una generación perdida (risas). Lo que me fascina de la gente que tiene 20 años es que no están tan marcados por el pasado como nosotros, ni tienen ese mimetismo con la generación de sus padres. Nuestra generación está anclada aún en los 60 y los 70 y supongo que eso nos hace sentirnos inferiores a las anteriores.
Jaime Iglesias.