"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Ann Oren es una artista visual nacida en Tel Aviv. Sus obras se han presentado en multitud de instituciones internacionales y ahora visita San Sebastián con su primer largometraje, Piaffe, que formó parte de la selección del pasado Festival de Locarno. El pasado domingo el público de Tabakalera pudo disfrutar de esta rara perla sobre el deseo. “Fui muy feliz, había un público joven y muy comprometido con la película”.
Viene del mundo del arte, ¿cómo llega a hacer un largometraje?
Estudié cine en primer lugar, pero ya en la escuela me di cuenta de que no quería hacer películas. Quise experimentar con diferentes formas de comunicarme con los espectadores y me alejé de lo narrativo. Hice muchos trabajos de imagen en movimiento, nunca películas, pero siempre con una consciencia cinematográfica. Me mudé a Berlín hace cinco años donde hice una documental performático donde yo misma me convertí en una cosplayer de una cyber diva de Japón, Hatsune Miku. Y esto, de alguna manera, se convirtió en una película, aunque se movió en el circuito del arte. A partir de ahí, apareció mi apetito de hacer películas, realmente.
Gracias a los premios que ganó mi cortometraje Passage, hice con tactos en la industria del cine y eso me permitió empezar a escribir Piaffe, protagonizado por una artista sonora. Siempre he admirado la pasión de los artistas de efectos sonoros (foley artists), es una pena que mucha gente ni sepa que existen.
¿Qué hay de su práctica artística en Piaffe?
En las videoinstalaciones uno siempre tiene en cuenta el cuerpo del espectador, la experiencia física en el lugar. Cuando compuse los diferentes aspectos de la película me imaginé al espectador sentado enfrente de ella. Quería que las personas sintieran la historia, no pensarla.
En la película confluye lo humano con caballos y helechos. ¿Cómo se fueron mezclando en el guion?
Cuando vas a establos de caballos ves mayoritariamente a mujeres. Investigué mucho la relación entre mujer y caballo. Quería que el personaje del hombre, interpretado por Sebastian Rudolph, fuese un botánico que pudiera interesarse por la cola de caballo que le sale a Eva. Leí mucho sobre el micro polen, el comportamiento del helecho y la botánica del deseo. Anhelaba tener una representación por igual de humanos, animales y plantas en una sola película y tratarlos a todos con un ojo y oído sensibles. En todo el film hay este movimiento de pasión y deseo entre diferentes entidades y especies.
¿Como preparó a los intérpretes para ese mundo tan surrealista de Piaffe?
Todos ellos son increíbles. Con las dos Simone –el nombre que comparten las intérpretes de las hermanasEva y Zara– hicimos muchos ensayos para ahondar en la conexión entre ellas, improvisando, bailando... Sea cual sea su experiencia previa, creo que escojo a las personas por como pienso que son e intento esculpir esa idea de ellas sin interferir con su propio talento.
Rodó en fílmico de 16 mm y conservó el parpadeo y otras imperfecciones analógicas en muchas secuencias.
En algún caso ya estaba en el guion, pero también surgió por accidente. Se volvió un poco el tema visual del personaje de Zara, que está entre lo real y lo irreal y lo usé para marcar el arco emocional de Eva, subrayando los momentos dramáticos.
¿Qué proyectos de futuro tiene entre manos?
He empezado a escribir otro largometraje. Va a ser una locura.
¿Aún más?
¡Sí!
Marc Barceló