"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
La carrera de Claude Sautet se acercó de manera tangencial al cine policiaco (o polar, como dicen los franceses) en varias ocasiones. No sólo sus dos primeras películas como director se engloban dentro de este género –A todo riesgo (1960) y Armas para el Caribe (1965)–, sino que también participó en el guión de uno de los más populares filmes de gánsteres del cine francés, Borsalino (Jacques Deray, 1970). En ese sentido, una película como Max y los chatarreros (1971) podría verse como una nueva incursión en ese cine de temática criminal, pero lo cierto es que se trata de una pieza más bien atípica e inclasificable en semejante contexto. Cierto que el personaje de Max, el antiguo juez convertido en policía, podría hermanarse con los personajes que habían interpretado Jean Gabin o Lino Ventura en algunos de los clásicos del género, pero hay en su personalidad severa y obsesiva algo que nos adentra en otros territorios. Su sentido de la legalidad termina desvelándose como algo mucho más perturbador: la maquiavélica estrategia que tiene como objeto atrapar a una insignificante banda de ladrones resulta a todas luces desproporcionada y acabará teniendo trágicas consecuencias. Su heterodoxa manera de operar obedece al principio de que un fin justifica cualquier medio. El mefistofélico Max impele a los delincuentes al crimen con la intención de capturarlos con las manos en la masa, aprovechando la fácil tentación que brinda el sistema capitalista: al fin y al cabo, cuando convence a unos ladrones sin ambición para actuar “a lo grande”, cuando alude a la necesidad de tomar la iniciativa y crearnos nuestra propia suerte, ¿no está empleando el mismo lenguaje que tanto se escucha en los círculos profesionales y empresariales?
Sin embargo, Max y los chatarreros no es una película tan metódica y fría como pudiera parecer a primera vista, de la misma manera que su protagonista oculta tumultuosas corrientes subterráneas bajo su conducta maniática y aparentemente impasible. La réplica que aporta el personaje de la prostituta Lily será ese factor imprevisto que el minucioso plan de Max no había calculado. Sautet volvía a colaborar en esta película con Michel Piccoli y Romy Schneider, a quienes había dirigido el año anterior en uno de los más emblemáticos títulos de su filmografía, Las cosas de la vida (1970). Gran parte de la fuerza y atracción de Max y los chatarreros reside en la peculiar química que se establece entre ambos actores, entre la inflexibilidad de Piccoli y la frágil calidez de Schneider. Una relación que finalmente conduce la película a los terrenos de una trágica historia de amor y sacrificio, aunque oculta bajos los pliegues de una trama policial. Lejos de la espectacularidad de otros títulos que dio el género en la época, es ésta una película intimista, triste y desesperanzada que deja en el aire un inesperado arrebato de violento lirismo.
Roberto Cueto