"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Es obvio que, en un cine tan hablado, tan bien hablado, como el de Sautet, la figura del guionista es fundamental. Entre 1970 (Las cosas de la vida) y 1983 (Garçon!), la aportación en argumento y diálogos de Jean-Loup Dabadie fue enormemente fructífera, no en vano esos trece años conforman la etapa más fecunda del realizador. Para sus últimos tres títulos (Quelques jours avec moi, Un corazón en invierno y Nelly y el Sr. Arnaud), Sautet contó con Jacques Fieschi, que había debutado como guionista en Police, de Maurice Pialat, con el refuerzo en los dos primeros de Jérôme Tonnerre, guionista prolífico y todavía activo: este año hemos podido ver su firma en la notable Maigret, de Patrice Leconte.
Sería, sin embargo, un error quedarnos con la escritura, por muy selecta que sea, como la principal virtud del cine de Sautet. Por lo menos otras dos brillan a semejante altura: su magistral dirección de actores y
actrices, primeras espadas del ruedo francés de las que extrae sus me jores sinfonías, y la puesta en escena, rigurosa y nunca enfática, tan fina que a veces puede dar la sensación, a primera vista, de academicismo, cuando lo que en realidad cuenta es su atmósfera (Sautet es “un cineasta más atmosférico que narrativo”, decía Thierry Jousse), la elegancia de una cámara siempre atenta a la esencia de las cosas y la delicadeza del tono. Las primeras imágenes de Un corazón en invierno son, en este sentido, ejemplares: Stéphane (Daniel Auteuil) restaura un violín en el taller que comparte con su jefe, Maxime (André Dussollier), en un silencio plácido que solo rompen el suave sonido del pincel acariciando la madera del instrumento y, después, la voz en off del propio luthier contándonos su prolongada y peculiar relación con Maxime.
Pronto observamos que Stéphane es un tipo introvertido, de pocas palabras, enormemente solitario, características que llaman la atención de la violinista Camille (Emmanuelle Béart), la novia de Maxime, que se siente atraída hacia él. Stéphane, como protegiéndose con una coraza y frío como un bloque de hielo, la rechaza sistemáticamente. Como de costumbre en Sautet, el restaurante juega un papel esencial. Camille y Stéphane se cruzan unas primeras y breves miradas cuando éste cena con Maxime. Escenas después, Stéphane y Camille toman algo en una mesa y ella intenta extraer de él, sin éxito, algún sentimiento, algo parecido a lo que sucederá más tarde cuando los tres compartan una misma mesa, Maxime se ausente unos minutos y Camille le reproche su conducta. Habrá un cuarto, tenso y violento encuentro en el restaurante, pero antes, en el interior de su coche, Stéphane humilla a Camille de manera cruel. ¿Está jugando Stéphane, vilmente, con ella y con su compañero Maxime, a quien tanto admira y quizás envidia?
Sobresalientemente escrita y dialogada, filmada e interpretada, Un corazón en invierno es para muchos estudiosos de Sautet su obra cumbre. Es, en cualquier caso, su película más depurada, más desnuda y limpia. Y con una ‘respiración musical’ muy apropiada en un contexto donde las composiciones de Ravel son frecuentes: ya los créditos iniciales vienen acompañados por su Trío para piano, violín y violoncello, anuncio de triángulo sentimental. No faltan las habituales salidas a la casa de campo, con sus cenas al aire libre y la distinguida presencia, como secundarios, de Maurice Garrel, padre de Philippe, y el veterano Jean-Luc Bideau, actor memorable en films de Goretta, Tanner o Tacchella, entre otros.
Jordi Batlle Caminal