"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Las cárceles son un escenario con un potencial cinematográfico enorme. mYa en los albores del sonoro, cuando el cine negro comenzaba a esbozar su singularidad dentro de los márgenes, restringidos, que procuraban las historias de gánsteres (ese subgénero que tuvo tanto predicamento durante los años 30 en la configuración de una suerte de proto noir), muchos fueron los cineastas que explotaron las posibilidades que ofrecían lo centros penitenciarios como metáfora de la sociedad, en su conjunto.
Si algo ha venido demostrando el director sevillano Alberto Rodríguez en los últimos años es su dominio de las muchas variantes que ofrece un género, como el cine negro, a la hora de retratar contextos sociales con una conflictividad latente. Lo hizo en Grupo 7 y volvió a hacerlo en La isla mínima y El hombre de las mil caras, dos películas, estas últimas, que fueron recibidas con alborozo durante su presentación en el Zinemaldia y que valieron a sus respectivos protagonistas, Javier Gutiérrez y Eduard Fernández, sendas Conchas de Plata a la mejor interpretación masculina. También la serie La peste (cuya primera temporada fue estrenada en San Sebastián en 2017) puede definirse atendiendo a dichos parámetros puesto que, a pesar de estar ambientada en la Sevilla del siglo XVI, su trama y su tono se ajustan perfectamente a los del noir. Sin embargo, en esa aproximación a los diversos escenarios que ofrece un género como el cine negro, a Alberto Rodíguez le faltaba probarse en los rigores del film carcelario propiamente dicho. Su nueva película, Modelo 77, que esta noche inaugura la 70 edición del Festival, viene a llenar ese hueco en la fimografía del sevillano.
Como en sus anteriores incursiones en el género, Rodríguez logra combinar el vigor de un relato muy bien armado con el trasfondo social de la época que retrata, en esta ocasión los tumultuosos días que siguieron a la aprobación de la Ley de Reforma Política que terminó por desmontar el franquismo para dar paso a ese período (hoy tan cuestionado) de nuestra Historia reciente conocido como Trancisión. Dentro de los muros de la cárcel Modelo de Barcelona (de ahí el título del film) acontece la historia de Manuel, un joven contable que termina en prisión acusado de estafa. Su adaptación a esa nueva realidad (un proceso donde confluyen todas las constantes de este tipo de narraciones) y su acercamiento a la Coordinadora de Presos En Lucha (COPEL), un colectivo creado por presos comunes en aras de acogerse a los beneficios de la Ley de Amnistía de la que disfrutaron los presos políticos, marcan una historia inspirada en hechos reales. El duelo interpretativo que mantienen el joven Miguel Herrán y el veterano Javier Gutérrez (que da vida al compañero de celda del protagonista), es otro de los atractivos del film donde también se reflexiona sobre las tensiones generacionales, sobre el choque entre idealismo y pragmatismo y sobre el proceso de desclasamiento de aquellos que, procedentes de los márgenes, buscan el modo de integrarse en el sistema.
A fin de cuentas, como se decía en “El gatopardo”: “A veces es necesario que las cosas cambien para que todo siga igual”. Dicha reflexión podría servir de leit motiv a Modelo 77, una de esas películas que nos confrontan con nuestra propia memoria.
Jaime Iglesias