"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Manu Gómez (Mondragón, Gipuzkoa, 1973) y el equipo de Érase una vez en Euskadi fueron los protagonistas de la gala de RTVE ayer en la sala 2 del Kursaal. Este año, la televisión y radio públicas españolas han apostado por una película que rememora una era convulsa y compleja del País Vasco, sin renunciar a un tono vitalista y apto para todos los públicos. La ópera prima de Gómez, rodada en Mondragón, sigue a un grupo de cuatro niños y sus familias, provenientes de otras partes del Estado, y llegará a las salas el próximo 29 de octubre.
“Érase una vez en…”. Típico comienzo para los cuentos, que permite ubicarlos en el tiempo y en el espacio. ¿Por qué en el Euskadi de 1985, y por qué contarlo ahora?
Cuando escribí el guion, hace ya años, quise homenajear, con la distancia y el respeto, al maestro Sergio Leone, director de la magnífica Érase una vez en América (1984). Esa película también retrata a un grupo de amigos en un ambiente hostil, pero, a la vez, en la edad del despertar y descubrimiento del amor. No es que ahora fuera el momento de contarla. Las películas se hacen cuando se pueden hacer. Esta lleva en mi cabeza mucho tiempo. Yo creo que necesitaba homenajear mi infancia, a mis padres, la ilusión, los sueños rotos. La película tiene mucho de eso. Y en resumidas cuentas, un homenaje a la amistad, a esos años que vivimos con tanta intensidad y pasión. Siempre digo que detrás de cada niño hay una película.
El contexto de lo que pasaba en el País Vasco tiene una fuerte presencia. La película lo ve desde el punto de vista de que habían emigrado de otras partes del estado.
En ningún momento he querido hacer una radiografía sociopolítica. Lo que sí resultaba inevitable es obviarlo: en el film, estamos en los llamados ‘años de plomo’ de ETA, la heroína está a la orden del día y el sida arrasa con buena parte de los jóvenes, en Euskadi y en el resto del Estado.
Hay mucha desgracia en el film, pero también mucha ironía y vitalidad.
Pretendí reflejar las dos caras de la moneda: el drama y la comedia conviven en un paralelismo brutal. La película quería ser fiel a esa realidad que existe y existirá siempre.
Contó con un elenco de protagonistas niños.
Y tenía miedo: si los niños no funcionaban, no había película. Hicimos un casting a casi 700 niños. Al contrario de lo que pueda parecer, fue muy fácil. Con la entrevista inicial – les pedía que me narraran cosas que les habían pasado– ya nos dábamos cuenta de quienes valían. En un rodaje, los niños no interpretan, juegan. Cuando, como director, entiendes las reglas de ese juego y te haces partícipe y entras en sus códigos, todo resulta mucho más sencillo. La experiencia con ellos durante el rodaje fue totalmente positiva.
¿Cómo te gustaría impactar en las sociedades vasca y española?
Impactar es muy fuerte… La película tiene un propósito muy simple: emocionar y entretener. Y también pretende contar una realidad que sí existió en Euskadi y en Cataluña: la inmigración. Los llamados ‘maketos’ en Euskadi y ‘xarnegos’ en Cataluña. Cosa que afortunadamente ha desaparecido; la educación ha tenido mucho que ver con todo eso. Nosotros, esos niños que salen en mi película, no teníamos la posibilidad de aprender un idioma porque íbamos a colegios públicos donde el euskera se daba como el francés, una o dos horas a la semana, y si no lo tenías en casa… De alguna manera, estabas separado sí o sí. De todas formas, yo tengo recuerdos maravillosos y con la palabra ‘maketo’ mantengo una relación muy buena. No lo recuerdo con amargura, todo aquello.
Marc Barceló