"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Para una determinada cinefilia, Françoise Lebrun es un icono: el largo plano-secuencia fijo de su rostro durante una dolorosa confesión en La Maman et la putain, de Jean Eustache, es uno de los momentos sublimes de un cine que está más allá de la modernidad. Hay pocas imágenes cinematográficas como esa: un primer plano que explora la geografía de un rostro de mujer como no se había visto desde la Maria Falconetti de La pasión de Juana de Arco, la Anna Karina de Vivir su vida –cuando Karina llora en una sala de cine viendo precisamente el film de Carl Dreyer sobre la doncella de Orleans– y los dos rostros fundidos en uno de Bibi Andersson y Liv Ullman en Persona. Después también es difícil encontrar planos y monólogos de tanta intensidad: Isaki Lacuesta y Bárbara Lennie consiguieron otro en Los condenados.
Así que Gaspar Noé nos devuelve en Vortex a todo un icono de ese cine que encontró en Eustache la máxima expresión. Pero, ¿es realmente un retorno? ¿Había desaparecido Lebrun del todo o preferíamos recordarla en esos siete minutos de plano fijo e imperecedero en La Maman et la putain, rodada en 1973, fijando el recuerdo para embellecerlo?
Teniendo en cuenta la temática del film de Noé, su aparición en Vortex podría recordarnos a la de otra actriz esencial del cine francés, la Emmanuelle Riva de Hiroshima mon amour, en Amor de Michael Haneke. Pero Riva había seguido trabajando con más o menos asiduidad. Sin embargo, Lebrun parecía desaparecida desde que Eustache congelara su rostro en ese plano en el que las lágrimas de Veronika, su personaje, ahogan las palabras y diluyen el rímel de los ojos hasta convertirla en una máscara doliente.
Y no es así. Inmediatamente después tuvo un papel secundario en Recuerdos de nuestra Francia, de André Téchiné, y si bien es cierto que no abundan en su filmografía posterior películas muy conocidas, ociosa en cuanto al cine no estuvo. Lo demuestran sus papeles –o presencias– en otra película de Eustache, Une sale histoire, y en varias de Paul Vecchiali, Julian Schnabel, Guillaume Nicloux y Arnaud Desplechin. Y tres filmes que compitieron en San Sebastián, dos en New Directors, Porto (2016) y La mujer que sabía leer, ganadora en la edición de 2017, y una en Sección Oficial, Thalasso (2019), donde se interpretaba a sí misma junto a la díscola pareja Gérard Depardieu-Michel Houllebecq.
Tirando del hilo, Lebrun ha estado de un modo u otro bien presente en el Zinemaldia en los últimos años. En todo caso, Noé, con el impacto que acostumbran a tener sus películas, la devuelve a ese impresionante primer plano que, en sentido real y figurado, tuvo hace cinco décadas en una película, la de Eustache, que marcó a mucha gente hasta convertirse en faro de varias generaciones.
Quim Casas