“¿Sabes por qué te escondo?”, “¿sabes lo que les hacen a las niñas?”, pregunta la madre de Ana a su hija mientras la esconde en un hueco bajo tierra. Y así, la directora Tatiana Huezo nos adentra en una realidad que, a pesar de su espanto, tiene detrás una historia bonita que cautiva al espectador. Noche de fuego llega a Donostia tras recibir una mención especial en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes.
Nos situamos en un solitario pueblo en las montañas mexicanas: “Me metí de lleno a conocer la Montaña del Guerrero. En nuestro país todos sabemos, más o menos, lo que sucede allí; es una zona con mucha desigualdad, donde se siembran amapolas para el tráfico de drogas y donde hay una explotación brutal de trabajadores mineros”. Añade que “intenté crear una línea narrativa, un hilo de historia muy pequeño que explicara lo que realmente me importaba: la explotación de esta montaña y la presencia de las mineras, que es parte del conflicto que hay en esa y otras muchas zonas”.
Para Huezo, esta película habla de “una de las realidades que hay en México: una herida que duele y que es totalmente vigente”. Fiel a los documentales (este es su tercer largo, pero el primero de ficción), la directora comparte que “el cine nos acerca a otras realidades, a vivir por un momento en la piel de otro y espero que a empatizar con lo que vemos”.
Cuando parte del equipo de producción (Nicolás Celis y Jim Stark, que se han convertido en cómplices habituales de sus proyectos) le propuso llevar la novela de Jennifer Clement “Ladydi” a la gran pantalla, Huezo confiesa que le pareció “un reto increíble, muy emocionante. Yo no sé hacer encargos y por eso tuve que hacer la novela muy mía, separándome un poco de ella”. Añade que “la única forma de abordar esta historia era llevarlo a un territorio personal. Mirar un poco hacia atrás, a mi propia infancia. Ser consciente también de cómo va creciendo mi hija y pararme a pensar en lo que significa crecer y, sobre todo, lo que significa crecer en un lugar determinado: donde te toca”.
Centrándose un poco en esa idea de crecer, siempre contextualizado dentro de la vida en esos pueblos de cultivos de amapola más controlados por el narco que por las autoridades, la directora quiso contar la historia desde los ojos de su protagonista: Ana. A ésta la acompañarán sus dos íntimas amigas, Paula y María. Mientras ellas crecen y disfrutan de hacerlo juntas, sus madres sufren por verlas crecer: saben lo que les puede pasar a las niñas adolescentes del pueblo, que un día desaparecen o son asesinadas. Para la realizadora era importante que fueran “niñas que pertenecen a un lugar rural. Buscamos en diferentes montañas, sierras… hasta que dimos con las tres, tras un casting por el que pasaron más de 800”. Afirma también que “quería partir de la propia identidad de cada una de ellas. Esto probablemente se deba a que vengo del documental”. Además, “son niñas que no son ajenas a esta realidad; conocen a niñas desaparecidas, asesinadas…”. Para el proceso de creación de los personajes, las intérpretes “convivieron y se hicieron mejores amigas. Esto fue un punto a favor porque llegué al rodaje con este enorme terreno ganado”.
Noche de fuego es una película que habla sobre hechos violentos, pero sin mostrar la realidad explícita: “Opté por construir ese monstruo que acecha a las niñas, esa realidad que está ahí latente, que no se ve, para huir un poco del espectáculo de representar explícitamente la violencia; eso ya lo vemos en las noticias y en los diarios cada día. Por eso quería mirar el mundo desde esa mirada ingenua”.
Sobre el proceso de creación del guion, Huezo comenta que “fue el punto de partida: Es mi primer guion y no tengo una técnica desarrollada. Lo hacía todo de una manera muy intuitiva. Escribí a lo largo de seis u ocho meses y, como era una adaptación, intenté encontrar los detalles más relevantes en el libro. Una vez acotado más o menos el guion, fui a buscar los espacios; hasta que no encontré el lugar no pude acabar de escribir el guion”. Tras la filmación de Noche de fuego, la directora afirma que “me siento fuerte y libre para transitar de un género a otro sin ningún problema”. De hecho, nos ha adelantado que pronto viene otra ficción, sin dejar de lado los documentales, ya que confiesa que “lo necesito también. Es lo que me nutre; trabajar sin tanta prisa y entrar en otros mundos profundamente”. En 2011 dirigió su primer largo documental, El lugar más pequeño, que recibió el premio Ariel al mejor documental mexicano, y en 2016, su segundo largo, Tempestad, ganó los premios Ariel a la mejor dirección y al mejor documental y fue nominado al Goya a la mejor película iberoamericana.
María Aranda