Crai Nou. Blue Moon. Nada que ver con la famosa canción de 1934 escrita por Rodgers & Hart e interpretada por todos los crooners del mundo. El debut en la dirección de Alina Grigore habla de toxicidades familiares, de la ausencia de educación para salir de núcleos cerrados en comunidades aferradas a ciertas tradiciones. El equipo al completo de la película presentó ayer en el Festival otra muestra de ese cine rumano que despuntó a principios de este siglo y continúa firme, tanto temática como formalmente, como una de las más ricas cinematografías europeas de la actualidad.
“El tema de la película surge del pueblo en el que crecí”, explica la directora. “Hablamos con varias chicas de esta localidad. No saque la historia, pero si una línea emocional. Desgraciadamente, esa es la realidad en Rumanía. Yo salí del pueblo y conseguí una educación. Pensé que con el tiempo las cosas podrían cambiar, pero todo sigue igual. Es una especie de juego psicológico que ocurre dentro de la comunidad y de la familia”. En el film, su joven protagonista ansía exactamente eso, salir de su pueblo y escapar del control de una familia disfuncional.
Grigore empezó a investigar hace diez años sobre el tema. No es una recién llegada al cine, ni mucho menos. Ha participado como actriz y guionista en filmes de Adrian Sitaru (Ilegitim), y como actriz ha trabajado con Cristi Puiu (Aurora). “Dirigir es algo que me gusta más que ser actriz, pero también me gusta más ser profesora de cine que directora”. Se siente deudora de todos aquellos cineastas contemporáneos que abordan temas realistas con estéticas muy diferentes, y citó en concreto al Yorgos Lanthimos de Langosta. Y también con los directores con los que ha trabajado: “Sitaru fue quien me alentó a dirigir y ha tenido una gran influencia. ¡Le llamé a las cinco y media de la madrugada cuando terminamos el rodaje! Cristi Puiu fue mi profesor en la universidad y está obsesionado con esta vertiente de investigación”.
Grigore tiene un proceso personal de trabajo. Estimula a los intérpretes para relacionarse estrechamente y tener un enfoque común, y la relación con el director de fotografía es vital. Adrian Paduretu, el operador del film, apunta que “Alina es una directora muy distinta a otros con los que he colaborado. Todo estaba fijado en el momento de rodar. Me motivó mucho que pudiera moverme constantemente entre tantos personajes, convertir la cámara en un personaje más. No fue fácil, pero estaba encantado de formar parte de este proceso”.
Los intérpretes principales de este film esencialmente coral respondieron al envite propuesto por la realizadora. “Ensayamos dos años antes del rodaje”, recordó la actriz Ioana Chitu. “De este modo tuvimos tiempo para intentar todo tipo de cosas distintas. Vivimos y dormimos en el lugar del rodaje, y eso me ayudó mucho a centrarme en el personaje y lo que le envuelve”. Su compañero en el film, Mircea Postelnicu, apuntó que “todo estaba muy bien delimitado en el guion tras muchos ensayos, pero fue en el rodaje cuando comencé a entender realmente el ritmo de los personajes y del lugar; intenté empaparme de eso. En Rumanía, el pasar mucho tiempo juntos con la familia es algo muy común”. El más veterano del reparto es Vlad Ivanov, una de las grandes presencias masculinas del cine rumano y habitual en el Zinemaldia. Se siente muy afortunado de haber participado en esta película y confiesa que su personaje fue creciendo poco a poco en el guion. La forma de planificar de Grigore, “con muchos personajes juntos en el plano y la cámara moviéndose sin parar entre nosotros”, le cautivó.
La directora remarcó varias veces el concepto de proceso colaborativo para explicar el resultado del film. “Lo importante es que fuéramos un equipo. Hice cinco borradores de guion, que iba enriqueciéndose con el trabajo en común. Quería que los intérpretes tuvieran libertad absoluta para relacionarse entre sí durante la filmación, pero siempre tras establecer una sólida base psicológica en la fase de preparación”.
Quim Casas