Hay películas que, más allá de sus cualidades cinematográficas, trascienden su propia naturaleza para convertirse en otra cosa. Películas que legitiman la consideración del cine como una experiencia colectiva, toda vez que procuran una conexión emocional inmediata con una historia, con unos personajes, consiguiendo que el espectador se sienta concernido y quede tocado con aquello que le están contando. Atendiendo a las reacciones y a las preguntas que suscitó entre buena parte de los periodistas acreditados en el Festival, bien puede decirse que Maixabel (cuarto largometraje dirigido por Icíar Bollaín que compite por la Concha de Oro) pertenece a ese selecto grupo de películas.
No resulta extraño, ya que el film apela a la memoria reciente del pueblo vasco, y lo hace apelando a ese espíritu de reconciliación nacional que pareció abrirse camino tras el cese de la actividad armada por parte de ETA y los encuentros que algunos miembros de la banda, arrepentidos, tuvieron con sus víctimas. La película de Icíar Bollaín se centra en dos de estos encuentros, los que tuvo Maixabel Lasa (viuda del ex gobernador de Guipúzcoa Juan María Jáuregui) con dos de los etarras que participaron en el atentado contra su marido, Ibon Etxezarreta y Luis María Carrasco. La cineasta dijo ser consciente “de estar hablando de un tema que afecta a muchas personas y que aun genera mucho dolor, pero justamente por eso nos impusimos el deber de no regodearnos en ese dolor”. En ese sentido Bollaín, quiso destacar la colaboración tanto de Maixabel Lasa como de muchos de los personajes reales que inspiraron la historia, ya que propició que “durante el rodaje hubiera momentos donde se mezclaban realidad y ficción”. Una idea en la que también incidió Isa Campo, coguionista de la película: “Una de las cosas más bonitas de esta profesión es poder ponerte en el lugar de otras personas, sobre todo cuando, como en este caso, compruebas su disposición a abrirse ante ti”.
Los dos protagonistas del film, Blanca Portillo (que da vida a Maixabel Lasa) y Luis Tosar (encargado de interpretar a Ibon Etxezarreta) fueron muy prolijos a la hora de explicar ante los medios la inmersión emocional que llevaron a cabo en sus trabajos de composición: “Sabíamos que partíamos de un material muy sensible y que teníamos que pasarlo por nuestros propios filtros de la manera más cuidadosa posible. Era un trabajo que requería de mucha honestidad por su parte”. El actor gallego no dudó en afirmar que el de Ibon “es el personaje más complejo de todos cuantos he encarnado para Icíar”, más incluso que el Antonio de Te doy mis ojos, con el que ganó en 2003 la Concha de Plata al mejor actor. Blanca Portillo, por su parte, que es la primera vez que se pone a las órdenes de la directora, destacó de ella “el respeto con el que trata a los actores y su disposición a construir la película conjuntamente con nosotros. Es una directora abierta a la comunicación”. Esas cualidades, según la actriz, fueron beneficiosas para construir un personaje “que me exigió un esfuerzo distinto a otros papeles por la carga de implicación emocional que conlleva. De hecho, yo no me sentí preparada para conocer personalmente a Maixabel hasta haber profundizado en el contexto vasco. Yo no soy de aquí y, dado que el mejor modo de conocer un lugar es conocer a sus gentes, me impuse el deber de conocer el paisaje humano de esta tierra para preparar el personaje”. En un sentido parecido se manifestó Bollaín cuando le preguntaron si creía que la sociedad vasca estaba predispuesta a la reconciliación: “Eso es algo que tenéis que contestar vosotros; yo, al fin y al cabo, solo he estado cinco meses aquí rodando esta película, pero lo que sí noto es que la gente tiene ganas de hablar, cada vez más. En eso sí noto un cambio respecto a los recelos que podía haber hace algunos años, cuando había ciertas cuestiones de las que costaba hablar y, si se hacía, era de manera indirecta”.
Jaime Iglesias