"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Pocas películas tienen el don inmediato de arrasar con todo, generar controversia, convertirse en noticia y estar predestinadas a permanecer. O, mejor dicho, pocas tienen el don de hacer todo eso por razones que trasciendan la simple provocación. Titane es, sin duda, una de ellas. Tras situarse entre los nombres clave del cine fantástico y de terror contemporáneo con Crudo (2016), su primer largo, un magnífico relato caníbal de iniciación, la directora francesa Julia Ducournau propone una película conectada con su debut (en determinados temas, en su salvaje romance con el cuerpo, en su uso expresivo de la violencia) pero más original y arriesgada. Una obra indómita y súper conectada con los tiempos que ha hecho historia al ser la segunda película dirigida por una mujer que gana la Palma de Oro en Cannes (la primera, hace casi treinta años, fue El piano de Jane Campion, ex aequo con Adiós a mi concubina de Chen Kaige). Encima, con una película de género fantástico.
Es injusto desvelar el argumento de Titane porque es una película que encuentra su sentido en lo inesperado, que se construye –conceptual, narrativa y emocionalmente– desde la ruptura, desde el alejamiento de las supuestas normas. Como únicas pinceladas, diremos que su protagonista se llama Alexia (Agathe Rousselle) – aunque su nombre y su identidad no permanecerán–, tiene una placa de titanio en la cabeza desde que de niña sufrió un accidente y trabaja como bailarina en una nave industrial donde se hacen exhibiciones de coches. A través del viaje físico y emocional de ese personaje, Ducournau refleja nuestro mundo –un mundo que se transforma y se distingue tanto por los cambios como por las dudas sobre los mismos– de una manera tan nueva como extrema.
Contagiada a la vez de la necesidad de cambio, la rabia y el desconcierto del presente, Titane aborda de una forma distinta y actualizada asuntos como el cuerpo, la violencia, la identidad, la fluidez de género y lo monstruoso. No es una propuesta cómoda por, al menos, dos razones. La primera, su naturaleza ambigua y temeraria: Ducournau no tiene todas las respuestas, pero sí el impulso salvaje (e incluso imprudente) de hacer volar por los aires las miradas únicas e inflexibles sobre el mundo. La segunda, la fiereza de sus imágenes. La fuerza arrolladora de Titane se expresa desde lo bello (como en su desbordante final), pero también desde lo feo, lo violento y lo perverso… aunque la propia película desactive las miradas únicas sobre lo que es hermoso y lo que no. No esperen una película complaciente, sino una obra que cree en la capacidad del cine para destruir y construir. Todo al mismo tiempo.
Desireé de Fez