En la mañana de ayer, en la sala Z de Tabakalera, la directora afgana Shahrbanoo Sadat (Teherán, 1990) ofreció una charla magistral donde habló de la situación cinematográfica en Afganistán en las últimas décadas, el cine que se ha hecho dentro y fuera de su país, el trauma ocasionado por la reciente vuelta al poder del régimen talibán y lo que esto puede generar en la producción artística por venir, pero sobre todo en la vida de artistas y la sociedad en general que, en palabras de la realizadora afgana, se encuentra hoy más fortalecida que años atrás, cuando este régimen totalitario asumió el poder por primera vez. Un pensamiento ligeramente esperanzador frente a la dura realidad que atraviesa el país de mayoría musulmana.
La conversación, moderada por la programadora y crítica de cine Irati Crespo, mostró a una realizadora de ideas claras y apuntes contundentes sobre el cine que ha representado a su país en las últimas décadas, al cual acusó de propagandístico, tanto en el periodo soviético de la década de los 70 y de los 80, como a la etapa de ocupación estadounidense a inicios del nuevo siglo. En ambos momentos históricos, explicó, existieron fondos disponibles para apoyar l a p roducción audiovisual en el país, pero esto, en vez de fomentar un desarrollo de realizaciones escalonado en cantidad y calidad, desembocó en
productos audiovisuales sin mayor valor, motivados más por el dinero que por un auténtico deseo artístico.
Por otro lado, desestimó también el cine hecho fuera de Afganistán, las miradas foráneas que durante esos años intentaron narrar la situación y complejidad afgana. La joven realizadora se mostró descontenta con estas películas, a las cuales tildó de superficiales y de caer, una y otra vez, en lugares comunes. Un tipo de cine en el que, reiteró, no se ve representada la sociedad afgana.
La situación de las industrias culturales ha estado también marcada por irregularidades. Durante los últimos años se organizaron festivales que tuvieron escasas ediciones, donde se reconoció el trabajo de artistas por sus vínculos con agentes de poder, más que por la calidad de sus obras. La corrupción contaminó instituciones dedicadas a fomentar el aparato cultural, dejando fuera a artistas críticos con el poder.
Los archivos como tesoro
En una situación como la que atraviesa Afganistán hoy en día, y cualquier estado sometido a un régimen totalitario, la función del archivo como garante de memoria e identidad de un país se potencia al extremo. En ese sentido, Shahrbanoo Sadat contó que en los últimos años el acervo documental de Afganistán se trasladó de los depósitos habituales al palacio de gobierno central. Este cambio, por supuesto, restringió mucho más el acceso a estos fondos, hecho duramente criticado por la joven cineasta. Para ilustrar este evento, contó la experiencia que tuvo mientras realizaba la investigación para una de sus películas años atrás. Las labores de coordinación para poder visionar material del archivo afgano duraron meses, periodo en el cual fue llevada de un lado a otro “como pelota de fútbol”. Finalmente, para poder ver el material audiovisual, se le impusieron medidas tan inusuales como que tuviera la supervisión de dos trabajadores del archivo y el pago de una suma altísima por cada minuto de visionado. Un archivo que con la toma del poder talibán corre el riesgo de perderse.
La situación de la cinematografía local
La cineasta finalizó su charla hablando de la reciente e impactante evacuación masiva de la población afgana que, ante la irrupción del poder talibán, puso nuevamente al país en los titulares del mundo entero. El hecho no sorprende a Shahrbanoo Sadat, quien desconfía de la empatía universal. Al igual que el atentado del 11 de septiembre, que durante el 2001 centró la mirada en su país, cree que estos ojos pronto voltearán hacia otro lado. La cineasta analizó este hecho y realizó algunas predicciones sobre su impacto para la cinematografía de su país. La salida de muchos de estos artistas podría darles la perspectiva que necesitan para realizar películas sobre Afganistán. Sin embargo, este proceso será lento, asegura la cineasta. Las prioridades, por supuesto, son la supervivencia, la integración al nuevo país de destino y la asimilación emocional. Luego, quizá, en unos cinco o diez años, generen obras, sentenció la realizadora.
Efraín Bedoya Schwartz