Gaspar Noé (Buenos Aires, 1963) necesita poca presentación. Asiduo del festival de Cannes, su favorito, ha creado un lenguaje cinematográfico único a lo largo de sus filmes, tan aclamados como controvertidos. Irreversible (2002), Enter the Void (2009), Love (2015), el mediometraje Lux Aeterna (2019) y Climax (2018) son fuegos de artificio de una violencia explícita. El pasado lunes, Gaspar Noé, junto con la actriz del film, Françoise Lebrun, presentó en Tabakalera su nueva obra, Vortex, estrenada en julio en Cannes Premières. Esta hipérbole de dos horas y cuarenta minutos sobre el derrumbe de lo cotidiano partió de un guion de solo diez páginas que Noé envió al mito del cine de terror, el director Dario Argento, y a la actriz Françoise Lebrun, en el papel de una psiquiatra en la vejez que empieza a padecer un Alzheimer acelerado. “Si alguien viene buscando violencia y sexo… no los encontrará en esta. Quizá es la película más realista que he hecho hasta la fecha, y la única para ‘todos los públicos’”, dijo Noé antes de que se proyectara la película, ante el público expectante de Tabakalera.
Vortex, efectivamente, es una novedad dentro de lo que el público esperaría del director de culto. Del mismo modo, fue un proceso de trabajo también nuevo para Noé: “Es un film colectivo, el guion de diez páginas no tenía diálogos, solo situaciones. En el fondo, hacer una película es eso, crear ambientes y situaciones.” Y así fue, los personajes –madre, padre e hijo– los construyeron los mismos actores: “Dario decidió él mismo que quería interpretar a un crítico de cine”. Pero es que antes incluso de haber convencido a Argento y Lebrun, que no se conocían y ni siquiera sabían casi del trabajo del otro, Gaspar Noé se centró en la búsqueda del personaje principal: la casa. Un peso fundamental donde se desarrolla casi toda la película. “Cuando vi la altura del techo y lo alargado que era este apartamento en venta, en París, pensé en una secuencia del film de Orson Welles, El proceso”, nos cuenta Noé cuando habla para este Diario. “Es un laberinto sin salida y se parece a un intestino, como de otro mundo… me recuerda un poco a como se trató el espacio del club en mi película Irreversible”. Fue junto a su escenógrafo, Jean Rabasse, con quien decoró la casa, que aparece abarrotada de libros de cine, que compraron y alquilaron, y de reproducciones de los pósteres de las películas que admira Noé. Todo para construir el personaje de Dario Argento, que en el film está trabajando en un libro sobre “cine y sueños”. “Hacer una película con Dario es como estar de fiesta todos los días. Es el director de cine más divino del mundo”.
Lebrun declaró que el hecho de estar casi en un solo espacio facilitó mucho su trabajo: “Fue fácil de rodar y, encima, tuve dos socios extraordinarios –Argento y Lutz– y la mirada de Gaspar. Así, pude ‘perder la memoria’ tranquilamente.” La que interpretó a la sensual Veronika en La Maman et la putain (Jean Eustache, 1973) explicó cómo se preparó para representar la demencia: “Vi muchos documentales y ficciones sobre el Alzheimer. Mi conclusión es que no hay una forma correcta de actuarlo. Cada persona reacciona de una forma distinta a la enfermedad. Por eso me sentí muy libre, a parte de que Gaspar lo había vivido de cerca y confié en él”. Ciertamente, Gaspar Noé tuvo a su madre y abuela enfermas de Alzheimer hace años, pero más allá de esto, lo que lo impulsó a escribir el guion fue su reciente pasado lleno de muerte y hospitales: “Entre otros, el año pasado, murió Fernando Solanas (director argentino), quien fue un padre adoptivo para mí. También tuve un derrame cerebral; casi muero.” Por eso mismo declara que ya no le tiene miedo a la muerte, “a partir de los 50 años lo ves como natural, e incluso, según como, deseable”. Es a esta generación a quien más le dedica la película Noé, “llega un momento en el que los hijos tienen que ocuparse de los padres, entrando en una fase de pérdida del control y terror absoluto”. Miedos y vivencias, eso lo tiene claro, que nos apelan a todos. Y otras tantas películas hablan de situaciones parecidas o, incluso, con premisas muy similares: “Claro que consulté buenas películas sobre ancianos y parejas que entran en la decadencia física. El año pasado estuve viendo muchos melodramas japoneses, me encanta La balada de Narayama de Keisuke Kinoshita (1958). Sobre la vejez, la más famosa es Umberto D. (Vittorio De Sica, 1952) y hay otra que recibió muchos premios hace nueve años: Amor, de Michael Haneke. Esa es mucho más excesiva, teatral y dramática que lamía, sobre todo por su final. En Vortex la solución es mucho más banal. Es una historia de todo el mundo, una suerte de documental sobre como se derrumba la vida y de su inexorabilidad. Pasa en todas las familias.”
La propuesta visual de Vortex tiene al público dividido. La película fue rodada simultáneamente por dos cámaras, y así se editó, en pantalla partida, viendo siempre dos planos al mismo tiempo. “A mi me parece tan natural como el agua del grifo. Me aburre el idioma tradicional que la mayoría de películas usan. Hay que divertirse como director y divertir a tus espectadores, tratando de jugar con el lenguaje.” Zabaltegi, sin duda, es su sección.
No sabemos si Argento o Lebrun seguirán en esta nueva etapa fílmica de Gaspar Noé. Lo que sí nos confiesa es que otros mitos como Martin Scorsese y Mel Gibson serían ideales para alguna de sus próximas películas. “Hay que trabajar con gente divertida”.
Marc Barceló