"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Todo empezó en 1984. Con y como una pesadilla. Que sucedía en la Calle del Olmo, Elm Street. Johnny estaba allá. ¿Os acordáis? 1, 2 Freddy viene por ti; 3, 4 cierra la puerta, 5,6 coge un crucifijo; 7,8 mantente despierto; 9,10, nunca más dormirás.
Johnny estaba en la calle y en la pesadilla. Era Glen Lantz. Se portó como un héroe, pero ¿quién puede con el asesino del jersey a rayas, el sombrero y la mano enguantada con cuchillas de afeitar? El matón que habita nuestros sueños le arrastró al Averno, hizo que su sangre salpicase la pantalla y absorbió su alma. No sería hasta cuatro películas después que su espíritu sería liberado.
1984. Entonces conocimos a John Christopher Depp II, pero no fue hasta 1990 que algunas, algunos, tantes sentiríamos por él amor al primer corte. A la primera lágrima. Hasta el 90. Aunque en el 86 le vimos en Platoon.
1990: Eduardo. Manos. Tijeras. Por, by, Tim. Burton. Con Johnny en el papel estelar. Con Winona. Con Diane. Con Vincent. Amor al primer corte. Era el chico más pálido, más especial, más solitario de aquella urbanización pintada al pastel. Amábamos sus cicatrices, su corazón de galleta de jengibre. Amábamos sus tijeras. Su vestuario. Su fragilidad. Su delgadez. Con él, hoy lo sabemos, el Puppy del Guggenheim no habría estado jamás en peligro de extinción. Él habría cuidado sus flores.
Amábamos a Johnny porque era Eduardo. Y porque amábamos a aquellos y aquellas con quienes trabajaba. Detrás del Chico-Lágrima estaba John Waters, de la estirpe de otros pobladores fuera de toda norma de Baltimore, Hammett, Divine o Poe. Amamos ese musical que jugaba a ser Grease pero rezumaba gomina, ‘hairspray’.
Amábamos a Johnny porque siempre se mezclaba con gente a la que luego unos cuantos le negarían el pan, la sal y el celuloide. Por ejemplo, el Kusturica de El sueño de Arizona (1993). Le amábamos porque, Señor, cómo le sentaba la chaquetilla (torera) de angora de Ed Wood (1994).
Puede que alguien diga que estábamos buscando desesperadamente a Jack. Por supuesto. ¿Quién no ha amado en su vida a un pirata? ¿Quién no ha soñado con ser el corsario Laffitte o la temible Anne- Dieu-Le-Veut? Y, sobre todo, ¿quién no habría querido aplicarse el kohl en los párpados como lo hace él, Jack Sparrow, el pirata caribeño?
Así que le seguimos amando. Como lo amaban Jim Jarmusch y Terry Gilliam. Porque en su gabinete de las maravillas de Fleet Street él, Swenney Todd, manejaba la navaja como antes las tijeras. Porque ¿quién no tomaría el té con el Sombrerero Loco de Alicia? ¿Quién no amaría al productor de La invención de Hugo y Crock of Gold: Bebiendo con Shane Mac- Gowan? ¿Al editor de la novela Una casa de tierra, de Woody Guthrie?
Fue amor al primer corte. A la primera lágrima. Al primer mordisco de chocolate. ¿Quién no amaría al padre de una actriz de sangre cheroqui, apadrinada por Marilyn Manson? Amamos, sí y también, a Lily -Rose, hija suya y de Vanesa Paradis.
Sigue siendo amor. Transgeneracional. Por los animales. Fantásticos.
Begoña Teso