En 2002 Fernando León de Aranoa ganó la Concha de Oro del Festival con Los lunes al sol. Aquella película, según recordó ayer el propio cineasta en rueda de prensa, trataba de “un grupo de personas que tenían un fuerte sentimiento de pertenencia a un colectivo. Eso les confería una identidad grupal que resultaba muy positiva cuando las cosas venían mal dadas”. Dos décadas después, el realizador madrileño regresa al Zinemaldia con una película, El buen patrón, donde vuelve a abordar el tema de las relaciones laborales para constatar que “ahora mismo lo que prima es la competitividad y la desconfianza, cada quien dispara por su lado y si un trabajador sale perjudicado por una decisión empresarial, pocos de sus compañeros se le arriman, temerosos de que eso les pueda perjudicar a ellos”.
Ese escenario desolador que nos muestra un proletariado cuyas acciones están guiadas única y exclusivamente por el instinto de supervivencia de cada uno de sus miembros, sin atender a las razones del otro, le ha servido, no obstante, a Fernando León de Aranoa para articular un relato que reviste tintes de comedia; una comedia bastante cáustica, eso sí, pero donde el humor no deja de estar presente en ningún momento: “Siempre he pensado que el humor es la mejor manera de acercarse a la realidad y, de hecho, en todas mis películas está presente. No obstante, frente a otros guiones donde tenía que refrenarme, aquí he dejado que fluyese sin límites. Tiene algo de catártico y liberador detectar aquello que no funciona en nuestras sociedades y plasmarlo en un escenario o sobre la gran pantalla a fin de exorcizarlo”.
Este punto de partida le sirve al cineasta madrileño para narrar las vicisitudes del dueño de una fábrica de balanzas y pesos (al que da vida Javier Bardem) que no duda en inmiscuirse en la vida de sus empleados, haciendo gala de ese paternalismo tan característico del pequeño empresario. Una figura anclada en el lugar común de contemplar a sus trabajadores como allegados y a la empresa que dirige como una gran familia. Un sentimiento fraternal que no le impide buscar el modo de que “la balanza siempre caiga de su lado”, como señaló con ironía Bardem cuando le preguntaron que consejo cree que daría su personaje a los jóvenes emprendedores.
El actor ante el personaje
El intérprete reconoció que, a pesar de estar en las antípodas ideológicas de su personaje, “como actor me corresponde empatizar con él y eso me obliga a mirarme desde otro punto de vista, buscando cuánto de este Julio Blanco puede haber dentro de mí. En ese ejercicio terminas por encontrar las razones y las motivaciones de cualquier personaje. Esa es la parte que me resulta más divertida de mi oficio y también la más didáctica, porque te lleva a comprender al otro, aunque se trate de alguien, como en este caso, que aparentemente resulte difícil de justificar en sus acciones”.
No obstante, ese carácter mezquino, egoísta y explotador no define únicamente al empresario interpretado por Javier Bardem, sino que, de un modo u otro, está presente en el resto de personajes de la película: “Cuando escribí el guion –explicó el director– no quería hablar únicamente de las relaciones verticales que se dan entre el patrón y sus empleados, sino que, en ese retrato de las relaciones laborales, también quise incidir en las relaciones horizontales que hay entre ellos. Dicho lo cual, tampoco quise hacer un tratado de sociología ni un film político en un sentido estricto. Aquí lo que manda es la ficción y los personajes, no el tema de la película”. En este sentido, León de Aranoa reconoció que sus fuentes de inspiración para esta historia fueron diversas y que, puesto a reconocer alguna influencia, “destacaría el modo en que el cine italiano de los años 70 y 80 abordó este tipo de argumentos sobre la clase trabajadora. Se trataba de retratos realizados desde el humor, pero donde también había un gran respeto y una ternura por este tipo de personajes, por mucho que, en el fondo, se tratara de películas donde primaba un punto de vista bastante crítico”.
En este sentido, Javier Bardem manifestó que “igual tendríamos que revisar el concepto de éxito. Yo no sé si tener una cuota de poder y aprovecharla para quedar por encima de los demás es algo exitoso. Yo quiero pensar más bien al contrario, que la gente en su gran mayoría es buena y que el éxito consiste en estar bien contigo mismo y en tener una relación sana con el prójimo”.
Jaime Iglesias