Nacida en París en 1983, hace diez años su nombre empezó a ser conocido tras ganar el Petit Rail d’Or en el Festival de Cine de Cannes con su cortometraje Junior. Una década más tarde y tras una ópera prima deslumbrante, Crudo (2016), el certamen francés ha vuelto a ser su lanzadera con la Palma de Oro que obtuvo por su largometraje Titane, una inquietante reflexión sobre los conceptos de cuerpo e identidad. De este modo, Ducournau se convirtió en la segunda mujer (tras Jane Campion en 1993) en obtener el máximo galardón de Cannes.
De ser una película considerada compleja, críptica, difícil, Titane se ha convertido en uno de los títulos que más expectación han generado este año. ¿Cómo afronta este cambio de estatus de la película?
Bueno, ya antes de presentarla en Cannes había mucha expectación sobre la película, supongo que porque se esperaba mucho de mí tras Crudo. De hecho, la repercusión que alcanzó mi ópera prima me tuvo casi un año paralizada. No conseguía escribir nada. En ese sentido, gestionar las expectativas es algo que no me es nuevo. De hecho, si pienso en positivo, creo que pasar por un festival como Cannes me ha servido para ampliar mi público y entrar en comunicación con una audiencia más amplia.
¿Cree que hace unos años una película como la suya hubiera tenido la posibilidad de participar en un festival como Cannes?
Cuando rodé Crudo me puse muy pesada con la idea de que la película se viese en festivales. Era consciente de que no era un film muy académico, por así decirlo, pero por eso mismo me interesaba confrontarla con un público diverso, acostumbrado a otro tipo de propuestas. Creo en el cine como un acto de comunicación y, en ese sentido, me gusta poder hacer llegar mi lenguaje cinematográfico a todo el mundo. Participar en un festival como Cannes te da esa opción; puedes llegar a testar la universalidad de tu lenguaje. Creo que hace diez o quince años una película como Titane lo hubiera tenido difícil para competir por la Palma de Oro, pero me alegra que los festivales se abran al cine de género.
De todas maneras, resulta arriesgado definir Titane como una película de género, porque resulta bastante transgresora incluso en eso. ¿A qué género pertenece? ¿Qué influencias confluyen en ella?
Es una pregunta que me hacen a menudo y, más allá, de David Cronenberg, que es un cineasta que a muchos se les viene a la cabeza cuando hablan de mi película, yo creo que mis influencias son dispares. Más que influencias concretas, me reconozco muy influida por aquellos artistas que en sus obras dan muestras de su libertad. Directores como Pasolini o Fellini me inspiran mucho en este sentido. Viendo sus películas asumo esa necesidad de situar la libertad por delante de cualquier otro aspecto técnico o artístico. Hay que sentirse libres para romper códigos.
Una de las cosas más celebradas de Titane es el modo en que acomete un retrato de la sexualidad, tanto femenina como masculina, alejado de lo normativo. ¿Fue ese deseo de romper clichés lo que le llevó a rodar esta historia?
Un poco sí, pero el proyecto fue germinando de manera mucho más natural. Es obvio que en todas mis películas hay un deseo de cuestionar esos arquetipos. En este caso, eso ya estaba en la primera versión del guion, y luego, en el trabajo de cámara, en el modo en que represento los cuerpos, quise incidir en ello. Pero no hay ningún afán de provocación en ello, no me estoy frotando las manos y pensando “voy a hacer una película para subvertir el cliché”. Es algo que parte de mi ira y de mi deseo de cuestionar esos roles y toda la construcción social que hay detrás. En ese retrato de la sexualidad lo que prevalece es mi propia manera de ver el mundo.
¿Eso sirve también para justificar su visión de la maternidad? No sé si es casual pero cada vez hay más películas y más obras literarias que inciden en la idea de romper también con la maternidad como construcción social.
Supongo que es algo que tiene que ver con que cada vez haya más mujeres haciendo cine. No sé si es algo que ahora mismo ocupa el centro del debate, porque yo apenas presto atención a las corrientes de opinión. En mi caso responde a un miedo, que entiendo que puede ser compartido por otras muchas mujeres, a perder ese control sobre nuestro propio cuerpo y dejar de ser libres para elegir lo que queremos hacer con él. Es un miedo fundado, si vemos lo que está aconteciendo en otras sociedades y en otros países.
¿Diría que Titane es una película de amor?
Completamente. Lo relevante es ese encuentro entre dos personas a las que la mentira los lleva a alumbrar una verdad reveladora, y esa verdad es que se necesitan el uno al otro. Desde este punto de vista, entre los dos protagonistas hay un amor incondicional que está más allá de toda convención.
Jaime Iglesias