"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Siempre ha habido algo magnético en Jane Birkin y en Charlotte Gainsbourg, mucho más allá de la balada de Melody Nelson, “Je t’aime, moi non plus”, “Lemon Incest” y la sombra omnipresente de Serge Gainsbourg. Es impresionante la capacidad que han tenido ambas de encauzar sus propias trayectorias, tanto en el cine como en la música, perteneciendo durante años al devorador ecosistema de Gainsbourg sin romper para nada con él, con lo que ha representado para la cultura popular, sus polémicas y desplantes. Ese algo está tan lejos y tan cerca a la vez, parafraseando el título de un film de Wim
Wenders. Algo muy creíble, aunque a veces la madre, en sus actuaciones musicales o cinematográficas, parezca demasiado afectada, y la hija, en sus conciertos y películas, resulte hierática. Pero son así. No hay impostura. Solo una postura siempre coherente. Por eso Jane par Charlotte, el film documental que una ha dedicado a la otra, es a veces tan emocionante: pese a que saben que están siendo filmadas, y que además una de ellas es quien decide lo que se filma y después se montará, la naturalidad en sus conversaciones, la forma que tienen de evocar situaciones de su pasado, y no las más felices, es muy reveladora de la fortaleza escénica e íntima de Jane y Charlotte, Charlotte y Jane, capaces de desnudarse emocionalmente sin que lo parezca.
La película comienza con la gira japonesa de Birkin. Jane actúa. Charlotte acude a los conciertos y la filma. Hablan de sí mismas, pero en función de la otra. Sus sentimientos se entrecruzan, porque ni Birkin tuvo una maternidad fácil ni Gainsbourg una infancia apacible. El film se convierte en un inesperado bálsamo para ellas, para su relación. No es que haya viejas rencillas o heridas que curar, aunque siempre las hay en toda familia de artistas, pero algo, o mucho, de exorcismo madre hija tiene esta hermosa película.
Es muy intenso ver como Jane le dice que quería sentir algo muy táctil al tocarla, pero que le daba miedo, y Charlotte le contesta algo parecido en relación a una de sus hijas, Alice; o cuando la actriz de Daddy Nostalgie le explica a la de La pequeña ladrona que sigue sin entender como pudo tomar somníferos cuando estaba embaraza de ella. A partir de escenas más improvisadas en su puesta en escena o de conversaciones muy estudiadas en cuanto a iluminación y composición visual, la ex esposa y la hija de Serge, porque el autor de “La Javanaise” está presente –no siempre– en la historia, dialogan sobre las distancias, los afectos, los celos, la familia, la intimidad.
Cada una, a su manera, ha aceptado y afrontado muchos desafíos en el cine, la música y la vida. Charlotte con la trilogía de Lars von Trier, por ejemplo –porque hay que tener valor para afrontar los personajes de Anticristo, Nymphomaniac y, en menor medida, Melancolía–, o con su trabajo en Lux Aeterna de Gaspar Noé. En cuanto a Jane, desde que fuera una de las adolescentes que se acuestan con el fotógrafo de Blow Up hasta sus trabajos con Rivette, Resnais, Godard, Doillon o Varda. Es precisamente esta directora la única que las había unido anteriormente en la pantalla, en el nada ortodoxo documental Jane B. par Agnès V. y en la muy curiosa Kung-fu Master, en la que también aparecía la actriz y cantante Lou Doillon, hija de Birkin y Jacques Doillon.
Jane par Charlotte es el último de esos desafíos. Quizás el más sencillo. También el más complejo. Y un desafío compartido. Un retrato y un autorretrato al mismo tiempo.
Quim Casas