"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
El nombre de Philippe Garrel es parte ya de la antología de la Historia del Cine (con mayúsculas) que se precie, y de la particular del certamen donostiarra, que le dedicó en el año 2007 una retrospectiva a toda su obra hasta ese momento. Desde entonces prolífico, el veterano realizador francés, discípulo directo de la Nouvelle Vague, participante directo de mayo del 68, protagonista de múltiples vanguardias, ha seguido firmando títulos a ritmo envidiable. Recaló en Zabaltegi-Tabakalera con su anterior obra, Amante por un día (2017), y ahora vuelve a la misma sección con su última película Le sel des larmes / The Salt of Tears, acompañado en San Sebastián de Louise Chevillotte, una de las actrices protagonistas.
“Esta película apenas se ha visto con público por culpa de la pandemia, así que sois de los primeros”, comunicaba el propio Garrel el jueves noche en la sala de Tabakalera donde presentó el film. Efectivamente, Le sel des larmes compitió en la Berlinale de este año, pero después, por motivos sobradamente conocidos, su exhibición se ha visto limitada. Y lo que el público donostiarra pudo disfrutar es un retorno a unos universos muy identificables en el cine de Garrel: relaciones de pareja que arrancan y se frustran, geometrías sentimentales variables, estructuras circulares, breves encuentros en los que surge la magia (o se destruye)… La eterna pregunta sobre la posibilidad o imposibilidad del amor. Lo hace en su blanco y negro habitual: “Me gusta ser lo más libre posible cuando ruedo, y por eso lo hago en blanco y negro, porque es más barato”. Él aducirá motivos económicos, pero la belleza de su fotografía en blanco y negro es ya un signo distintivo de la poesía de su obra.
Otro motivo habitual en su cine es la paternidad, y más extensivamente, las relaciones intergeneracionales, algo con fuerte presencia también en su nueva película. En un film que de partida aborda relaciones sentimentales entre jóvenes, el padre del protagonista ocupa una función fundamental. Será este personaje anciano quien pronunciará en el film la frase “ya está todo inventado”, algo con lo que Garrel se identifica completamente con respecto al arte cinematográfico. Aunque quiere apuntar matices: “En el cine está todo inventado, pero existen nuevos modos de contar las cosas. Por ejemplo, en esta película, cuando un personaje sufre su primera frustración amorosa, el modo en que lo plasmo, con el personaje en una bañera, creo que es la primera vez que alguien la hace así. Siempre hay maneras de encontrar nuevas fórmulas”.
Padre e hijo se dedican a la ebanistería, una profesión artesana que no ha sido elegida al azar. “Mis últimas películas retrataban siempre a la burguesía. Ya estaba cansado. Esta vez quería centrarme en el pueblo”, dijo Garrel, una voz que en Francia sigue siendo incómoda. Como él mismo dijo el martes en San Sebastián: “Me suelen comparar con Houllebecq. Supongo que será porque ambos solemos decir cosas que normalmente no se dicen”.
Gonzalo García Chasco