Hoy es el día. Viggo Mortensen (Nueva York, 1958) recibirá esta noche el Premio Donostia en el transcurso de una gala en la que, además, presentará su debut como director, Falling, una película que él mismo define como un trabajo muy personal.
¿Qué sensaciones le deja este reconocimiento?
El hecho de haber podido dedicarme al cine ya es un regalo, y este premio viene a ser una expresión de eso porque, además, me hace formar parte de una cadena ininterrumpida que se ha ido construyendo a lo largo de los años y en la que hay gente que para mí ha sido muy importante y que recibió el Premio Donostia antes que yo.
El hecho de que dicho reconocimiento le haya venido en un año tan atípico como este ¿le da a este premio un valor adicional?
El valor añadido es que haya podido celebrarse un certamen como éste. De hecho, el premio tendría que ser para todas las personas que encontraron el modo de que este año el festival de San Sebastián sea una realidad y podamos estar acá celebrando el cine. Para mí el simple hecho de poder venir aquí y que me dejen mostrar mi película ya es un premio en sí mismo.
Falling marca su debut detrás de las cámaras. ¿Qué le ha llevado a dirigir? ¿Es lo único que le quedaba por hacer en esta profesión?
Hace como veinte o veinticinco años que escribo guiones, pero no fue hasta hace ocho o nueve que empecé a considerar en serio la posibilidad de dirigir, pero resulta difícil poner en pie cualquier proyecto que se salga un poco de la norma, por así decirlo. Y yo no quería abordar una historia donde las motivaciones de los personajes estuvieran perfectamente definidas, donde todo estuviera claro y donde
hubiera un espíritu de redención.
En todo caso se trata de una película muy personal, ¿no?
Yo creo que toda obra es personal en la medida en que uno siempre pone en ella aquello que va aprendiendo de la vida. En este caso fue a raíz de la muerte de mi madre que empecé a tomar notas, con la idea de ordenar mis propios recuerdos, y también los de otras personas, sobre la vida de mis padres y los años de nuestra crianza. De repente, me vi con un texto escrito en dos tiempos donde se alternaban presente y pasado y vi que eso era muy cinematográfico. Eso fue lo que me hizo dedicar la película a mis hermanos. Porque, aunque no se trata de una historia autobiográfica en un sentido estricto, en ella hay mucho de la experiencia que compartí con ellos.
Pero el espectador puede que sí asuma Falling como testimonio autobiográfico.
Lo cierto es que cuando narras algo tan específico, te das cuenta de que ese es el modo de crear algo universal. Con Falling me ocurrió una cosa muy curiosa y es que a pesar de que la historia parte de recuerdos muy personales, mientras la rodábamos el resto de actores me confesó haber vivido experiencias muy similares en la relación con sus padres. Y algunos espectadores me han hecho notar lo mismo.
En la película muestra el conflicto entre un padre y un hijo cuando este resuelve ocuparse de su progenitor. ¿Cree que la situación que vivimos puede condicionar la visión del público sobre esta historia?
La película plantea cuestiones sobre qué hacer con una persona cuando se ve privada de su autonomía y de su independencia y, qué duda cabe, que la pandemia ha puesto el foco sobre este tema y sobre la relación que tenemos con nuestros mayores. Igual nos ha hecho más conscientes de esos temas, del mismo modo que nos ha hecho comprender lo fútil que resulta planear nuestro día a día. La incertidumbre es ley de vida. Yo llevo años pensando eso y esta experiencia me ha reafirmado en ello.
Usted es alguien polifacético. Además de actor, y ahora director, se ha desempeñado como músico, poeta, pintor… ¿Qué valor le concede a la cultura como herramienta de cohesión social?
El arte, en sus distintas facetas, surge de la necesidad de comunicarnos entre nosotros. En este sentido, cualquier manifestación orientada a conversar o a intercambiar puntos de vista tiene para mí valor artístico. Ser artista consiste en prestar atención. Mi necesidad de pintar, escribir, hacer fotos, actuar o, como ahora, dirigir, parte de ahí, de querer prestar atención a lo que ocurre a mi alrededor, de intentar procesarlo para después comunicarlo. En este sentido la cultura ayuda a crear modelos de comunicación y también resulta tremendamente útil para abrirnos la mente.
Jaime Iglesias