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Todo el mundo tiene su criterio sobre cuáles son las características con las que debería contar un buen Premio Donostia. En mi opinión, debería cumplir al menos una de estas condiciones: ser una estrella, tener una filmografía interesante y ser un buen intérprete. Viggo Mortensen cumple las tres.
Desde luego, Mortensen es una estrella. Lo es sin lugar a dudas desde que encarnó a Aragorn en la saga de El señor de los anillos de Peter Jackson, con una presencia que parecía haber emergido directamente de las célebres novelas de Tolkien. Algo parecido ocurrió después con Alatriste de Agustín Díaz Yanes. Es difícil, a partir de entonces, no visualizar su imagen al pensar en el personaje. Pero antes del fenómeno de Aragorn, Mortensen ya había aparecido en unas cuantas películas de primera fila. En su primer trabajo para cine fue el estoico amish que aguantaba las burlas en Único testigo de Peter Weir. Siguió abriéndose camino con pequeños roles en películas de éxito como Atrapado por su pasado, o papeles más importantes en películas más independientes como Extraño vínculo de sangre. Los hermanos Scott se fijaron en él. Los dos. Tony le dio un papel de militar en el submarino de Marea roja, y Ridley le confió el entrenamiento de La teniente O’Neil. Debieron verle cierto aspecto castrense. Jane Campion completó con él un interesante reparto en Retrato de una dama. Participó en dos remakes consecutivos de películas de Alfred Hitchcock, Un crimen perfecto, de Andrew Davis, y Psicosis, de Gus van Sant. Las dos de dudoso valor artístico, pero su rostro se iba haciendo cada vez más habitual en cine de éxito.
Después del gran bombazo de El señor de los anillos podría haber optado por encadenar títulos de aventura, pero pronto se fijó en otro tipo de cine. Su tándem con David Cronenberg nos dejó varias películas interesantes. Una historia de violencia, Promesas del Este y, en menor medida, Un método peligroso, contribuyeron a dibujar una nueva etapa del personal director en la que la figura de Mortensen era elemento esencial. Probó suerte con la ciencia ficción protagonizando La carretera, adaptación de la novela de Cormac McCarthy que marcó canon en la nueva tendencia de cine apocalíptico dramático. Y de la carretera al camino, de McCarthy a Jack Kerouac. Interpretó a William S. Burroughs en la adaptación que hizo Walter Salles de En el camino. Quien pensase que la carrera de Mortensen se iba a quedar en héroes valerosos, estaba muy equivocado. Quedó definitivamente claro cuando se embarcó en un proyecto tan arriesgado y especial como Jauja, de Lisandro Alonso. Una película mágica, muy diferente, ambiciosa. Era un papel que tenía mucho de sus raíces, pues interpretaba a un danés en Argentina. Su padre era danés y él creció en Argentina. Poco a poco, con discreción, sin buscar golpes de efectos, Mortensen ha ido forjándose una filmografía de lo más interesante.
Siguió apostando por historias distintas y personajes particulares, como en la original Captain Fantastic. Siguió creciendo como actor y finalmente llegó el éxito de Green Book. La película ganó el Oscar. Para él fue su tercera nominación, después de Promesas del Este y Captain Fantastic. No lo ganó, ni falta que hace, porque está claro que él era lo mejor de la película, con una interpretación muy diferente a lo que nos tenía acostumbrados. Porque sí, Mortensen también cumple mi tercer deseo para un buen Premio Donostia: ha demostrado ser un gran actor y lo que le queda por crecer.
Iñaki Ortiz