"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Isabel Lamberti (Bühl, 1987) compite en New Directors con su primer largometraje, La última primavera, en el que nos acerca a la familia Gabarre- Mendoza en los días precedentes al derribo de su hogar, en la Cañada Real de Madrid. Afirma que se siente muy cómoda presentando la película en San Sebastián, ya que si existe, en parte, es gracias al Zinemaldia: “El festival es una especie de padrino de la película. En 2015 ganamos el Torino Award de la sección Nest con el corto Volando voy, lo que implicaba que podíamos presentar un proyecto de largometraje en el Festival de Torino, pero no teníamos nada y tuvimos que acelerarlo todo para entregar algo a tiempo. Siempre pienso que si no hubiésemos ganado ese premio, quizá esta película habría tardado mucho más en existir”.
Lamberti entró en contacto con la familia Gabarre-Mendoza en 2014 a través de la Fundación Secretariado Gitano que le ayudó a buscar jóvenes para aquel corto. Así conoció a David y Jesús, que acabaron siendo los dos protagonistas: “Con aquel rodaje se fue creando un vínculo muy especial. Tengo una abuela que vive en Madrid y cada vez que iba a verla, me acercaba a verles, y nunca perdimos el contacto. He visto la familia crecer, he ido siguiendo sus cambios y eso es algo muy especial. Por otro lado, la película es un homenaje a esa mitad de mí que es española y que no he tenido la oportunidad de desarrollar porque vivo en los Países Bajos”.
La última primavera es una ficción que retrata la intimidad de una familia que se enfrenta a las trabas burocráticas de un sistema que les es impuesto y nos recuerda que los sistemas socio-económicos actuales no tienen cabida para modos de vida minoritarios o alternativos: “Me dolía mucho saber que este lugar iba a desaparecer, porque considero que es muy necesario que nuestras sociedades no sean homogéneas en todo”. Para Lamberti era importante poder lanzar este mensaje, porque en la Cañada Real, de la que reconoce que también hay aspectos negativos, tenía ingredientes preciosos que le interesaba explorar, como la calidez entre familias vecinas, que se cuidan entre sí y dependen las unas de la otras, que se conocen en profundidad y pasan todo el día en la calle, en un paisaje en el que aunque no destaque por una belleza especial, al menos les permite abrir la mirada, correr y jugar. El amor familiar es otro pilar esencial de la película: “Es imposible no percibirlo. Si vas allí sientes todo el amor que se tienen y estaba claro que debíamos reflejarlo en la película. Por otro lado, no se trataba de realizar un retrato objetivo, porque no buscábamos algo demasiado blanco o demasiado negro, sino jugar en los grises. La cámara está incluida como un miembro más de la familia. Gracias a la conexión que teníamos y a su generosidad, pude adentrarme en la intimidad de su casa y filmar con una proximidad que no sería posible de otra manera”.
Aunque el tono realista lleve por momentos a pensar que se trata de un documental, Steven Rubinstein Malamud, coproductor, subraya que todas las escenas habían sido escritas con anterioridad y formaban parte de un plan de rodaje muy estricto: “Quisimos dejar el final de la película muy abierto, ya que es un tema complejo, incluso para la familia. Ahora valoran ciertos aspectos positivos de su nuevo hogar mientras tienen muy claro lo que han perdido”.
Amaiur Armesto