"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Antes de todo lo demás, antes del primer escarceo punk, mucho antes del ágape interminable con The Pogues, a Shane MacGowan le pillaron in fraganti. La revista NME captó una supuesta escena de canibalismo en un concierto de The Clash en 1976: a un ensangrentado Mac- Gowan, con un traje a rayas mod, le habían mordido el lóbulo y él, que no se andaba con chiquitas, mordisqueó a quien se dejara mordisquear. Estaba en su salsa: haciendo de la brutalidad y del exceso su forma de vida. Pasándoselo pipa. El titular de la NME, con letras gigantescas, tiró de amarillismo (“CANIBALISMO EN UN CONCIERTO DE THE CLASH”), mientras que en el pie de foto venía un chiste bastante gracioso a modo de pregunta retórica: “¿Es que estos ingleses no pueden permitirse comprarse una salchicha?” Vale, es Londres y estamos en plena explosión punk y se supone que hay barra libre entre la juventud. La anécdota ilustra una de las incontables leyendas que acompañarían durante las próximas dos décadas a este ilustre bebedor de voz cazallera, farrero y pendenciero, drogadicto, hedonista y salvaje como una pantera, pero también melancólico y entrañable, conocido por haber entregado un ramillete de himnos tabernarios.
The Pogues son producto de una paradoja, casi un oxímoron: su música es más irlandesa que una pinta de Guinness, pero estamos ante un grupo de origen inglés. Se empaparon de su alegre tradición folk, un poco al modo de los Dexys Midnight Runners, pero en lugar de añadirle música soul, los aires celtas se maridaron con las entrañas del rock londinense. Bastaba con sentarse en un pub irlandés y agotar sus existencias. Así se curtió MacGowan, entre el lumpen. Formó un estupendo grupo punk/new wave llamado The Nipple Erectors que, en su versión más formal, pasó a abreviarse como The Nips. También esto da para anécdota. La vida entera de MacGowan es una sucesión de anécdotas. The Pogues al principio se hacían llamar Pogue Mahone, que viene del gaélico póg mo thóin, o sea, bésame el culo.
Demasiado folk para los punks, demasiado punk para los folkies, hasta no hace tanto a MacGowan no se le tomaba en serio. Él mismo ha alimentado con The Pogues el título de rey de las fiestas (y de su cara B: las resacas) durante los triunfantes años 80. Imposible disociar a The Pogues de los bares. En sus giras de reunión, mucho más cercanas en el tiempo, se les siguió contratando por su carácter alegre y liviano. También sin demasiados miramientos, al menos por aquí: en 2007 sustituyeron a Chayanne en las fiestas de Bilbao. Como si fueran cromos de fútbol. En su día, Nick Cave trató de poner un poco de orden. En 1992 grabaron juntos una emotiva versión de ‘What a Wonderful World’ de Louis Amstrong, que trascendía el personaje y elevaba a MacGowan a lo que es, un alma romántica con toneladas de talento. Lo intentó en los 90 con una breve pero estimable carrera en solitario.
Nadie ha dado un duro por su vida. Pero ahí está. Un superviviente alcohólico y drogadicto al que le dedican documentales. El antihéroe desdentado del punk y del folk al que veneran allá por donde va. La fiesta de su 60 cumpleaños, en 2018, atrajo a varias generaciones del rock británico, desde Primal Scream hasta The Libertines. Era cuestión de tiempo que el director Julian Temple, que había mamado el punk londinense al punto de grabar de tapadillo a los Sex Pistols, se fijase en él y realizara Crock of Gold: A Few Rounds with Shane MacGowan. MacGowan es una verdadera leyenda y, sobre todo, está vivo.
Jon Pagola