"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Tres cortometrajes, tres realidades, tres países, tres historias bien distintas –aunque una tristeza permanente invade las imágenes de dos de ellas por lo que para sus protagonistas suponen los acontecimientos relatados–, tres estilos y formas de filmar, componer, montar y actuar. Tres cortos que hermanan el festival de Cannes con Zabaltegi-Tabakalera. Y una apuesta decidida, otro año más, por el formato corto a la misma altura que el largo, sin distinción, para que no olvidemos que algunas grandes y muy personales películas apenas no rebasan los treinta minutos de duración: Un perro andaluz, A propósito de Niza, La jetée, Wakefield Express, La Soufrière, Vincent, The Alphabet, Luxo Jr…
Dustin, de la directora francesa Naïola Guiget (procedente de la penúltima promoción de la Fémis, la escuela superior de imagen y sonido de París), basa su efectividad en la fuerza y espontaneidad de sus imágenes. Es prácticamente un documento de una rave tecno –de hecho, una de las sesiones en las que Guiget ejerce de DJ organizadas por el colectivo LGBTQI al que pertenece, Possession– y las relaciones que durante el baile, las conversaciones y la búsqueda de bebida gratis establecen los personajes, así como cierto descontrol, los celos al amanecer y todo aquello que acontece el día después, cuando la fiesta declina y aún no llega la resaca.
En otro contexto, en otro mundo con distintos ritos, lealtades, miedos y culpas, I Am Affraid to Forget Your Face concreta en quince minutos, de forma concisa y sencilla, el viaje que realiza un joven egipcio por las calles de la ciudad para volver a ver a la persona amada tras casi tres meses de separación. Crónica desgarradora de una despedida, captura a través de esa peripecia individual la moral conservadora de toda una sociedad, demostrando que se puede hacer cine sumamente político sin etiquetarlo como tal. Tiene un momento sublime de transformación del personaje y un final sereno, pese a todo, ilustrado de manera muy coherente con la canción de Suicide ‘Cheree’. El director Sameh Alaa, natural de El Cairo, prepara ya un largometraje. Habrá que seguirle la pista.
Procedente del programa de apoyo a productos audiovisuales Ikusmira Berriak –instaurado por Tabakalera, Zinemaldia y Elias Querejeta Zine Eskola–, Stephanie es un corto en el que su director, el belga Leonardo van Dijl, pone la cámara de 16 mm encima, sobre, muy cerca de su personaje, para contar una verdad que pese a ser conocida, no siempre trasciende: la de la presión a la que son sometidas las atletas de élite infantiles. El corto, de innegable y a la vez quebrada belleza, muestra las tensiones y presiones que sufre una niña de once años, perteneciente al equipo de gimnasia de la selección belga, cuando se prepara para una gran prueba y debe enfrentarse con los rigores a los que somete su propio cuerpo, la relación con su entrenadora, las dietas de alimentación, los horarios, la ausencia de una vida real cuando se es tan joven y todo está aún por descubrir. Aunque la realidad es evidente, el director la muestra con pequeñas sugerencias.
Quim Casas