Ha pasado más de una década desde que Yulene Olaizola (Ciudad de México, 1983) presentara en el Zinemaldia su ópera prima, Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, película que le otorgaría una mención especial en esta misma sección. Ahora llega con Selva trágica, premiada por partida doble en Venecia (mejor dirección por parte del Jurado de Críticos Independientes y Sorriso Diverso como mejor película extranjera), a un festival que para ella tiene un valor especial por su estrecha relación con el País Vasco y porque su pareja Rubén Imaz, también hijo del exilio vasco, “presentó aquí su primera película, Familia tortuga”.
Dejando a un lado la ciudad de San Sebastián, nos adentramos en la selva maya de 1920, concretamente en la frontera entre México y Belice. Para Olaizola ‘el lugar’ es el inicio de todo proyecto: “Todas mis películas parten de un espacio que descubro, investigo y al final reconozco. En esta ocasión fue la selva maya del sur de Quintana Roo. Tuve la oportunidad de vivir ahí cinco meses y adentrarme continuamente en caminatas al interior de la selva; es un lugar tan fascinante y exuberante, como agreste y peligroso. Durante ese periodo descubrí la frontera con Belice, el universo chiclero y las leyendas mayas que han resistido ahí por generaciones. Después me acerqué a un pequeño grupo de obras literarias de autores mexicanos de distinta época que escribieron sobre esa selva en específico y coinciden en un misticismo vibrante que hay en la zona, ciertamente reforzado por la herencia maya profunda”.
Ese misticismo del que nos habla la directora se representa en la película con Agnes, una misteriosa joven beliceña que provocará tensión, fantasías, y avivará los deseos de un grupo de chiclanos mexicanos, despertando a la ‘Xtabay’, una antigua leyenda que acecha desde el corazón de la selva. La directora nos cuenta que ese misticismo natural de la selva “se vuelve poderoso y vivo. La selva vive y sabe que estás ahí”. En referencia a cómo vivieron la experiencia de rodar durante 42 días allí nos cuenta que “una de las cosas más alucinantes, al menos para mí, en la selva es que al estar ahí dentro, sin noción de la hora, del día, sin referencias del norte o el sur, rodeado de una vegetación tan densa que limita la profundidad de la visión, uno debe comenzar a sacar su lado más animal e instintivo, digamos primitivo. En ese momento la percepción del ser humano se altera radicalmente y da pie a delirios y fantasías”. Según Lázaro Gabino, actor de Selva trágica, “la selva es el personaje principal de la película. Es mucho más que una localización; son sus leyes las que posibilitan esta historia, es el misterio que emana de ella lo que sostiene la trama de la película”. Añade que “filmar allí fue una experiencia intensa. La selva impone sus condiciones de manera muy brutal, de manera muy concreta”.
Los proyectos que crea Olaizola no son cuestión de azar: “Me importa mucho que la película tenga la fuerza suficiente para explotar las singularidades de la forma cinematográfica; el tiempo, el espacio, el sonido, la atmósfera. Disfruto mucho el cinede la experiencia, de la transportación casi metafísica que la cámara y el montaje pueden proponer. Creo que el cine no es solo contar historias, tiene mucho que ver el cómo se cuentan, cómo se presentan cinematográficamente, soy muy meticulosa en ese sentido”. Tampoco fue cosa de la improvisación que Gabino decidiera formar parte del reparto del film ya que “por lo general, me interesa trabajar con personas
más que con temas específicos” y, sobre su cine, añade que “Yulene ha ido robusteciendo un carácter más ficcional e interesándose cada vez más por la creación de mundos que se alejan de su realidad cotidiana. Tiene una capacidad enorme para observar lo que está sucediendo y tomar decisiones sobre la marcha. Parece algo obvio, pero no lo es, cada vez menos personas son capaces de ver”.
El poder de la mujer se ve reflejado en el personaje principal, interpretado por Indira Andrewin. Sobre ese poder, la directora confiesa que “no hay vuelta atrás, debe ser así, porque ha llegado para quedarse. Somos muchas y muchos quienes vemos que este cambio ha llegado para quedarse. En el rodaje de Selva trágica por ejemplo, estábamos Indira, la fotógrafa Sofía Oggioni, la directora de arte Celeste Cardaropoli y yo, llevando la batuta de la mayoría de elementos fundamentales de la creación cinematográfica, y estábamos rodeadas de un equipo de cuarenta personas, en su mayoría hombres. Pero bajo un ambiente de respeto y valoración se soluciona el problema. Espero que en el futuro eso sea normal para todas”.
Maria Aranda