La invasión de los ladrones de cuerpos, la primera versión de la inquietante historia de las vainas alienígenas, dirigida por Don Siegel en 1956, es muy buena, pero el primero de los tres remakes o variaciones que se han hecho de este relato, el realizado por Philip Kaufman en 1978, La invasión de los ultracuerpos, no la desmerece en absoluto: el plano final, con el personaje de Donald Sutherland ya desposeído de su personalidad humana indicando con el dedo a otra víctima y gritando como un poseso, es una de esas imágenes cinematográficas difíciles de olvidar.
Tanto como el baile de Giacomo Casanova con la muñeca mecánica en la película de Federico Fellini sobre el amante veneciano. Fellini quiso desde el primer momento a Sutherland para encarnar a Casanova, como Luchino Visconti pensó en Burt Lancaster para El gatopardo. No es solo una cuestión de nombre, de potenciar una producción europea con una estrella de Hollywood. Es que resulta casi imposible imaginar a un actor que no fuera Sutherland en el papel del complejo Casanova ideado por Fellini. El film es de 1976, dos años antes de que Sutherland fuera vencido por los ultracuerpos.
Son dos momentos álgidos en una trayectoria sin baches ni accidentes de consideración. Una trayectoria ejemplar. Podemos añadir muchos más, porque el canadiense Sutherland tiene en su filmografía obras maestras, películas buenísimas, muy buenas, buenas, interesantes, aceptables y otras en las que él está esplendido aunque el film, en su globalidad, sea algo más discreto.
Personalmente me quedo con la capacidad de Sutherland para hacer sencillo lo complejo y complejo lo sencillo en dos títulos fundamentales de los años setenta, Klute (1971) y Amenaza en la sombra (1973). Su composición del policía en la película de Alan J. Pakula, progresivamente fascinado por la call girl amenazada que interpreta Jane Fonda, reposa en la pausa y el silencio; sugerente es decir poco, porque es el trabajo de Sutherland el que define el tono del film. Y en la misteriosa película de Nicolas Roeg, Sutherland es esencial para que entendamos los mecanismos temporales y genéricos con los que se construye un relato que mezcla el dolor por la pérdida del hijo, los augurios de los videntes y los canales laberínticos de Venecia.
En su conexión europea, a Sutherland también se le recuerda por aparecer en el Novecento de Bertolucci como el fascista Atila, golpeando gatos contra las paredes. Un personaje desmedido al que Sutherland concedió la credibilidad necesaria para no convertirse solo en un arquetipo del mal.
Es casi imposible imaginar a un actor que no fuera Sutherland en el papel de Casanova
Podríamos seguir hasta desbordar los límites de esta página: Doctor Terror (1965), junto a dos mitos del horror como Peter Cushing y Christopher Lee; Doce del patíbulo (1967) y Los violentos de Kelly (1970), su doblete bélico; M.A.S.H. (1970), donde ya mostró talento para la comedia; Johnny cogió su fusil (1971), en un breve cometido como Jesucristo; Material americano (1973), de nuevo con Jane Fonda; Gente corriente (1980), tenso drama familiar con el que debutó tras la cámara Robert Redford; Grito de piedra (1991), extraño film de alpinismo de Werner Herzog; Estallido (1995), Space Cowboys (2000), Cold Mountain (2003), Orgullo y prejuicio (2005), Ad Astra (2019)…
Cuando se estrenó El ojo de la aguja (1981), un antiguo profesor de cine me recomendó que la viera. Me dijo que no era una gran película, pero que la interpretación de Sutherland –en el papel de un espía nazi instalado en una pensión británica– era una lección de cine. Le hice caso, porque a veces hay filmes que merecen verse solo por quienes los interpretan más allá incluso de qué tipos de personajes interpretan. De Sutherland conviene verlo todo, o casi todo. Lástima que cuando en la sexta temporada de “24” (2001-2010) aparece el padre de Jack Bauer, el agente encarnado por Kiefer Sutherland, el actor elegido para interpretarlo no fuera Donald sino James Cromwell. Este lo hace muy bien, pero en esa relación tan complicada entre los dos Bauer hubiese sido interesante el acto reflejo de ver a los dos Sutherland frente a frente.
Quim Casas