"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Sus películas abren nuevos caminos al documental, quizá por eso Andrés di Tella no necesita mapa alguno para moverse por San Sebastián. La realidad es que Tabakalera le dedicó un ciclo y una instalación en 2016, tras participar en 2015 en Zabaltegi con 327 cuadernos, sección a la que regresa este año con el estreno mundial de su último largometraje, Ficción privada.
Con Ficción privada demuestras la posibilidad de contar infinitas historias a través de lo que nos rodea. De todas esas historias decides contar las de tus padres. ¿Por qué?
Además de que son mis padres, porque en algún sentido se me aparecieron. Todo empezó con unas fotos anónimas que encontré una mañana de domingo tiradas en la basura. Uno nunca sabe por qué eso termina en la calle, algún tipo de tragedia hay detrás. Me puse a recogerlas con mi hija y luego empezamos a adivinar algo acerca de las personas retratadas en las fotos. Inventándoles historias y suponiendo cosas que no sabíamos, apareció la historia de mis padres. Le dije a Lola, mi hija, que tenía unas cartas suyas y se las mostré. Para ella eran algo de un universo muy lejano. Ese fue el comienzo de todo.
Al recuperar las cartas provocas un diálogo intergeneracional y salvas una parte del pasado.
Hace dos años aproximadamente murió mi padre, veinte años después de mi madre. Y eso empieza a reavivar un montón de cosas. De pronto estás solo frente al pasado y te tienes que hacer cargo, inclusive para tus hijos. Mientras tienes a tus padres hay un intermediario. Al morir él no sé si ese universo desaparecía o corría el riesgo de desaparecer. Y eso me daba un poco de angustia. Esa es la motivación de la película.
No solo utilizas diversos materiales y procedimientos, sino que dos actores interpretan a tus padres. ¿Cómo diste forma a las cartas?
Sentí que eran fragmentos de algo perdido, como si fueran las piezas de un puzzle imposible de recomponer. Y quizás la forma de hacerlo es a través de la imaginación. Esta representación con actores, que leen algunas cartas que se escribieron mi padre y mi madre cuando eran jóvenes, entre los años 50 y 70, los encarnan sin representarlos concretamente. Ambos son dos artistas del siglo XXI y entre ellos hay algo que se contagia por las lecturas de las cartas.
Hablabas de abordar la película como un juego y da la sensación de que hay muchas películas posibles en su interior. ¿Eras consciente? Esta es una de las primeras veces que hablo de la película. Empiezo a comprender lo que hice cuando veo lo que piensa el público. Uno no utiliza tanto lo autobiográfico para contar esa historia y contarse a sí mismo, sino como vehículo de entrada para que el público pueda conectar con sus emociones y lo asocie con su propia historia. Quizás mi historia familiar es apenas simbólica, se dispara a través de un juego complejo de ópticas, espejos, luces e ilumina tu propia relación con tus padres, con tu pasado. Con tus propios fantasmas, por así decirlo.
¿Tienes pensado continuar Ficción privada como instalación o performance al igual que 327 cuadernos?
Sí, hay algo que se presta a esto que yo llamo cine desbordado, apelando a Val del Omar, que para mí es una fuente permanente de inspiración. Él quería que la proyección alumbrara a los propios espectadores. Creo en la idea de que la pantalla es un límite y el cine como formato es otro.
Antonio Miguel Arenas