"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
Ana García Blaya nos sumerge en el Buenos Aires de los años noventa con su debut cinematográfico. Una película autobiográfica en la que la música juega un papel fundamental, dedicada a su padre Javier García Blaya, líder de la banda argentina Sorry.
Protagonizan este relato Amanda, de diez años, y sus dos hermanos. Pasan días en la casa de su padre, que lleva una vida muy caótica y bohemia, y cuando están con él Amanda se ve obligada a ocupar el lugar de adulto y cuidar –como puede– de todos. El día que la madre propone una alternativa fuera del país, la propuesta pone a Amanda en jaque, porque no concibe alejarse tanto de su padre.
Ana empezó a escribir el guion basándose en sus propias vivencias, hace unos diez años, en un taller con el guionista Pablo Solarz. “Solo puedo escribir sobre lo que conozco, porque me da seguridad, porque sé cómo es y sé qué va a funcionar”. El fallecimiento de su padre la impulsó a presentarlo al Concurso del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales argentino (INCAA), donde resultó premiado: “Como yo nunca pensé que acabaría rodando la película, en el guion fui totalmente sincera. Tras el premio mantuve el tono íntimo intacto y herí algunas susceptibilidades de mi entorno… pero al menos sé que la película es honesta”.
Su experiencia como asistente de dirección le sirvió para definir con claridad la película que quería realizar. Se rodeó de un equipo compuesto al 90% de mujeres que entendían lo que ella buscaba y le ayudaron en todo el proceso. “Obviamente yo no hice todo, todas eran profesionales: desde el departamento de Arte, que pudo representar los 90 de manera perfecta, a Vestuario o Fotografía. Todas amigas, y profesionales excelentes que conocieron, muchas, a mi padre y que se apoyaron en el material de archivo y fotos que teníamos en el inicio para desde ahí crear la estética y la atmósfera que queríamos capturar.”
Vídeos domésticos de la familia en super-8 acompañan y apoyan las escenas. Además, parte del metraje está rodado en ese mismo formato para integrarlo en la ficción como si fueran vídeos grabados por los actores. “Mi padre solía filmar todo el tiempo, y muchas cosas aparecieron en la etapa de postproducción. Yo desconocía su existencia antes del rodaje. Dar con ellas lo resignificó todo. Fue como si mi padre me estuviese mandando ayuda. Yo trabajaba con él, editábamos juntos, filmábamos juntos. Fue algo mágico”.
Las buenas intenciones es en gran manera un sincero homenaje a esa época que vio la llegada de las primeras videocámaras, los videoclips, la televisión, la música que llegaba importada, el paso del vinilo al CD, la tienda de discos de su padre… Estímulos que marcaron su infancia, porque tuvo mucho contacto con el mundo adulto desde pequeña. Pero sobre todo, explica la directora que “es una película para todos los que tuvimos padres separados en un momento en el que el divorcio acababa de ser legalizado en Argentina, porque ¿qué hay más difícil para un niño, si sus padres se van a vivir a países diferentes, que decidir a quién prefiere de los dos?”.
Amaiur Armesto