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Al final de La trinchera infinita se nos recuerda que, con la amnistía de 1969, cientos de personas que habían permanecido ocultas en sus casas escapando de la represión franquista, salieron a la luz. Algunos habían estado más de tres décadas escondidos. Fueron los llamados ‘topos’, y sobre ellos ya se estrenó en 2012 un documental, 30 años de oscuridad, dirigido por Manuel H. Martín. Fue precisamente este documental el que descubrió la figura de los topos a Jose Mari Goenaga y sembró la idea de lo que habría de ser la película que, dirigida conjuntamente con sus compañeros de Moriarti, Aitor Arregi y Jon Garaño, se presentó ayer en la Sección Oficial.
“Existe ya bastante bibliografía en relación a los topos del franquismo, pero lo cierto es que yo no supe de ellos hasta que vi 30 años de oscuridad, y me pareció que ahí había también muchas posibilidades de hacer una película desde el lado de la ficción. Aprovechando el gran trabajo de documentación que se había hecho para ese documental, fuimos tomando lo que nos interesaba, pero siempre con la vista puesta en crear una ficción, para así tener la libertad de llevar el relato por donde queríamos. Los topos son un material ideal sobre cómo nos puede condicionar el miedo”, explicaba Goenaga. La idea del miedo es clave en el film y Garaño incidía en ello: “Es lo que más nos atrajo. Todos tenemos miedo a algo, a hacer ciertas cosas, o a dar determinados pasos adelante. Esta película pretende ser una alegoría sobre el miedo”.
El punto de vista adoptado es siempre el de la persona encerrada, en este caso Higinio (Antonio de la Torre), procedente de un pequeño pueblo indeterminado de Andalucía, que con la ayuda de su mujer Rosa (Belén Cuesta), llegará a permanecer escondido en un pequeño zulo simulado en su casa durante treinta y seis años. “No salimos de ese personaje, y el de su mujer, y nos sirve para contar la evolución de su relación y cómo el miedo les va condicionando a lo largo del tiempo. Sin querer dar la espalda al contexto histórico, que ejerce de telón de fondo y sin duda es importante, lo que nos interesaba más era realizar un acercamiento humano, aproximarnos a la psicología y humanidad de los personajes. Por supuesto hay una dimensión política, pero no queríamos discursos grandilocuentes. Por decirlo de algún modo, queríamos hablar de lo político desde lo más llano, desde lo doméstico”, exponía Goenaga.
Esa mirada subjetiva y necesariamente limitada de Higinio marca la narración de una película que arranca con movimiento acelerado, cámara en mano y cortes bruscos, todo lo cual sumerge inmediatamente al espectador, tal y como describía Garaño, en un estado de asfixia y ansiedad. “Queríamos transmitir esa ansiedad de no saber lo que está pasando fuera. Luego los personajes se van calmando, y también el estilo, que se vuelve más contemplativo, pero como la narración sigue contada bajo el punto de vista parcial de Higinio, que no sabe lo que pasa fuera y tiene que hacer sus propias interpretaciones, la sensación de pérdida y confusión se mantiene”. Y concretaba Arregi: “También es importante que el espectador complete por sí mismo la película. Cuando estás en un proceso creativo ese es uno de los mayores objetivos, que la película sea también del espectador”.
Finalmente, incluso con la amnistía, el miedo permanece en Higinio a la hora de salir a la calle. Pero como dijo en la rueda de prensa Antonio de la Torre, “a pesar de la guerra, del horror, del miedo… la vida sigue”.
Gonzalo García Chasco