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El pelotari Marcos Arizmendi, encarnado por Pedro Armendáriz, es bautizado por la prensa como el amo de la cancha. Lo es. Nadie le gana en el deporte vasco de México, y esto que en la ficción del film se enfrenta con pelotaris puntistas reales que triunfaron en América como José María Urrutia, Ignacio Echeverría y Jaime Inchandurrieta, entre otros. Pero el protagonista de La noche avanza no solo se caracteriza por su dominio del juego. Es egoísta, fanfarrón, engreído, arrogante y carece de todo escrúpulo. Un ser abyecto e infame pero triunfador que se autodefine como “el amo”. Su filosofía es clara: “Nadie se fija en los perdedores”, asegura. “Los débiles no cuentan y merecen su destino. El hombre que no triunfa no merece vivir”.
El personaje le sirve a Gavaldón para una puesta a punto de sus teorías sobre el melodrama negro. Porque La noche avanza tiene tanto de un género como de otro: es un perfecto mélo noir, atmosférico en sus calles y locales nocturnos y urbanos fotografiados en claroscuro por Jack Drapper, y arrebatado en las relaciones que Marcos establece con todo el mundo, especialmente con las mujeres.
No vive de ellas, sino de su trabajo y habilidades en el frontón con la cesta punta, y vive bien por cierto, ya que no pierde ni un solo partido y gana bastante dinero, pero sí que se sirve de las mujeres para enaltecer su descomunal ego. Una se llama Lucrecia, es cantante y está perdidamente enamorada de él. “Me has acostumbrado a compartirte”, le dice resignada. Marcos no desaprovecha la oportunidad para sacar pecho: “Te vale más tener la quinta parte de un hombre de primera que las cinco quintas partes de un hombre de quinta”. Cada frase que pronuncia le define a la perfección. Lucrecia le dedica la canción titulada “Me vuelves loca”. Una de sus estrofas reza lo siguiente: “Mi amor por ti es desvarío incandescente/Y junto a ti siento arrebatos de demente”. Arrebato, demencia y bastante masoquismo. Una adicción. Locura de amor en clave noir a tenor de cómo evolucionan los acontecimientos.
Otra de sus amantes es Sara, una mujer madura y supuestamente adinerada que vuelve a México tras la muerte de su esposo para reencontrarse con Marcos; la interpreta la actriz valenciana Anita Blanch, instalada en México desde 1923. Y la tercera, la joven Rebeca, pertenece a una familia burguesa y ha quedado embarazada. En muchos planos de la película, ellas aparecen reflejadas en espejos como si en realidad no existieran más allá del mundo egoísta y machista del pelotari. Al final es él quien queda enmarcado dentro de un espejo. Gavaldón utilizó siempre las imágenes invertidas de los espejos con mucha decisión y sentido.
La trama se enriquece, a nivel de thriller, con apuestas amañadas; casinos chinos medio clandestinos; el torvo apostador profesional que encarna otro actor español asentado en el cine mexicano, José María Linares Rivas; matones de medio pelo y una violencia seca y expeditiva: Gavaldón filma casi en tiempo real y en primer plano cómo los criminales obligan a beberse a Marcos una botella entera de tequila.
Quim Casas