"Z365" o "Festival todo el año" es la nueva apuesta estratégica del Festival en la que confluyen la búsqueda, el acompañamiento y el desarrollo de nuevos talentos (Ikusmira Berriak, Nest); la formación y la transmisión de conocimientos de cine (Elías Querejeta Zine Eskola, Zinemaldia + Plus, Diálogos de cineastas); y la investigación, la divulgación y el pensamiento cinematográfico (el proyecto Z70, Pensamiento y debate, Investigación y publicaciones).
El macguffin de Sombra verde (1954) es tan disparatado que ríete tú del hitchcockiano uranio de Encadenados (1946): nada menos que la cortisona o, concretamente, la raíz del barbasco con que se fabrica la medicina. Ricardo Montalbán es un científico a quien encargan la misión de encontrar y explotar dicha planta en zonas selváticas de Veracruz. Lo divertido del caso es que, a los dos minutos de película, el tema de la cortisona o el barbasco se esfuma por completo y ya no vuelve a aparecer. La primera media hora es una cinta de aventuras de sabor clásico, el sabor de El tesoro de Sierra Madre (1948). Montalbán y el guía al que ha contratado se pierden, con sus tres caballos, en la jungla y sienten la primera llamada de ‘las calenturas’, que es así como llaman los nativos a los delirios que padecen quienes llevan días extraviados. La relación entre los dos personajes, ya desesperados, es interesante; al guía lo encarna Jorge Martínez de Hoyos, un significado característico del cine mexicano, explotado también, por su peculiar físico, por el cine norteamericano: Los siete magníficos (1960), Los profesionales (1966)… Que al pobre le pique una víbora y lo que veamos en la pantalla, sin necesidad de ser expertos en ofidios, sea una pitón, carece de importancia.
Sombra verde cambia de registro cuando Montalbán, ya solo, cruza un puente colgante y encuentra un hombre con muy malas pulgas que corta sus cuerdas y lo precipita al río revuelto, donde pierde el conocimiento. Al despertar se encuentra con una pierna herida, en la choza de una pequeña aldea y al cuidado precisamente del hombre que lo tiró al río, Ignacio Santos (Víctor Parra, en una caracterización muy wellesiana), que es el jefe de la población, a la que llaman El Paraíso. Entenderemos el nombre cuando veamos a Yáscara, la hija de Santos, jovencísima, silvestre, bella y sensual. Una ‘lolita’ muy suculenta. Obviamente, el flechazo es recíproco, pero Yáscara es fruta prohibida: el padre no tolera la relación, tiene a su niña alejada de la civilización, del pecado, encerrada en una burbuja (una cárcel) a perpetuidad. Esta situación recuerda, en cierto modo, a la de Walter Pidgeon y su hija, la virginal y minifaldera Anne Francis, en Planeta prohibido (1956).
Lo más destacable de Sombra verde es, sin duda alguna, la alta temperatura erótica que destilan las escenas de amor entre Montalbán y Ariadna Welter, la actriz que interpreta a Yáscara, que al año siguiente figuraría en el reparto de Ensayo de un crimen (1955), de Buñuel, y poco después sería la protagonista femenina de otro clásico del cine mexicano, El vampiro (1957), de Fernando Méndez. La escena del baño y afeitado de Montalbán en el río, ante la seductora Welter tentándole desde el tronco, o la del pajarito muerto y el plano de sus piernas arrodilladas sobre el suelo enterrando al animal, son fogosas, aúnan admirablemente sexo (elidido) y amor puro. En Roberto Gavaldón, pues, anidaba un erotómano de cuidado.
Jordi Batllle Caminal