Gesto afable, mirada intensa, franqueza intelectual y una lucidez envidiable. En las distancias cortas Costa-Gavras conquista a sus interlocutores y hace justicia al perfil de cineasta comprometido e insobornable que el Festival ha querido reconocer con la concesión del primero de los tres premios Donostia que se entregarán este año, un galardón que al director le hace mucha ilusión “atendiendo, sobre todo, a la relación de cineastas que lo han recibido antes, colegas a los que admiro profundamente y a cuyo nombre uniré el mío a través de este premio. Es como para estar orgulloso”.
Nacido en Grecia en 1933, Costa-Gavras huyó de su país cuando contaba veintidós años. “No había lugar en Grecia para la gente de mi generación, así que me establecí en Francia, y desde entonces he ejercido de ciudadano francés aunque, en el fondo, uno nunca puede dejar de ser y sentirse griego”, manifestó ayer en su comparecencia ante los medios de comunicación horas antes de recibir la máxima distinción del Festival. Ese vínculo con su país natal dio origen a la que acaso sea la obra más recordada del cineasta, Z (1969), donde evocaba el asesinato, por parte de una organización parapolicial auspiciada por el Estado, del líder opositor Grigoris Lambrakis en los años previos al golpe de Estado que desembocaría en la dictadura de los coroneles. “Yo en aquél momento estaba bastante desconectado de la realidad política griega, pero leí la novela de Vassilis Vassilikos donde se narraba el asesinato de Lambrakis y pensé ‘esto merece ser contado’. Y ahora, más de cincuenta años después experimenté la misma sensación con el libro de Varoufakis”. Dicho libro es el germen de Adults in the Room, la última película del director, inspirada en las vivencias del ex ministro de finanzas heleno durante sus reuniones con el Eurogrupo para renegociar la deuda griega.
“Solemos votar a aquellos que nos dicen lo que queremos oír aunque se trate de cosas imposibles”
Este título es, de momento, el último jalón en el camino de un cineasta que, en sus películas, ha transitado por algunos de los escenarios políticos más lacerantes de nuestra historia reciente: la represión contra los tupamaros en el Uruguay de los años setenta en Estado de sitio; la connivencia de la CIA con el pinochetismo en Desparecido; el conflicto palestino-israelí en Hannah K; el poder de los medios de comunicación en Mad City o la realidad migratoria en Edén al Oeste. Pese a ello, Costa-Gavras rechaza de plano ser un cineasta político: “Los que te definen como tal lo único que buscan es estigmatizarte, hacer que tus películas provoquen poco interés en la audiencia porque, además, no existe arte sin compromiso, cualquier película es una manifestación política. El cine no puede ser como el fútbol, un espectáculo de evasión que durante dos horas nos mantiene entretenidos pero sin dejarnos ningún poso después”.
También se rebela el director ante la idea de que la sociedad actual adolezca de héroes y se resiste a adjetivar de este modo a Yanis Varoufakis por mucho que el ex ministro de Economía griego le resulte una figura inspiradora: “Nuestra sociedad no necesita héroes sino personas coherentes. Y Varoufakis, dio muestras de coherencia cuando dimitió después de que sus compañeros de gobierno traicionaran el mandato que les había dado el pueblo griego mediante referéndum. En ese sentido merece todos mis respetos”. Para Costa-Gavras no queda otra que confiar en los políticos por mucho que pueda resultar desalentador comprobar el cinismo y el maquiavelismo que parece imperar en las altas esferas y, en este sentido, reclama a los ciudadanos un ejercicio de responsabilidad cuando ejercen de electores: “Tenemos una relación extraña y cuasi religiosa con los líderes políticos, solemos votar a aquellos que nos dicen lo que queremos oír aunque se trate de cosas que luego son imposibles de cumplir. Yo estoy seguro que si hubiera un líder político que fuera con la verdad por delante y nos dijera ‘mirad, estamos obligados a aprobar un paquete de medidas que os van a provocar sufrimiento pero que, a largo plazo, traerán bienestar’, seguramente nadie le votaría. Preferimos confiar en quienes nos halagan los oídos y eso es problemático. Deberíamos ser más críticos”.
Pese a todo, Costa-Gavras es de naturaleza optimista: “Si comparamos como estaba Europa a principios del siglo XX con el escenario actual, es evidente que hemos mejorado mucho. Lo que tenemos que darnos cuenta es que la única manera de encontrar soluciones es permanecer unidos, sobre todo ahora que el mundo está dividido en bloques, en Europa no nos queda otra que entendernos. Mira los ingleses, siempre han ido a la contra de todos, conduciendo por la izquierda y manteniendo su propio sistema monetario. Ahora han decidido salir de Europa pero se han dado cuenta de que solos no van a ninguna parte y, probablemente, en menos de un año, celebren un nuevo referéndum para revertir el Brexit”.
Más pesimista se muestra el cineasta respecto al futuro del cine: “Las plataformas digitales tienen una cosa buena y es que han democratizado el consumo de películas pero, a la vez, el negocio audiovisual se está concentrando en manos de muy pocas compañías, de empresas que deciden cuál tiene que ser la vida comercial de una película, dónde exhibirla, cuándo y en qué condiciones y eso está creando una oligarquía”.
Jaime Iglesias